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7 de octubre de 2008

AMOR, ESPERANZA Y FE.

Iba a dar toda mi explicación y fundamentos de porqué es que si vamos a ser salvados esta vez y me topé con el final del libro de don Rudolf Steiner, del Evangelio según San Lucas, así es que les iba a copiar las páginas finales, pero había siempre un párrafo anterior interesante para todos, en definitiva va su conferencia completa.

Aparte de que es todo altamente instructivo y esclarecedor, les pido pongan atención especial a sus menciones de las influencias luciféricas que son o están relacionadas directamente con nuestro lado oscuro y me interesa porque después voy a tratar de explicar en las próximas entradas el origen del principal libro de Tolkien "El Señor de los Anillos".

Y esto es debido a que allí se encuentra oculta la otra parte de las explicaciones a la mantención de la oscuridad en estos planos tridimensionales.

Por ahora dejo al Maestro Steiner hablar:

LOS REINOS CELESTES EN EL NACIMIENTO VIRGÍNEO.

EL EVANGELIO DEL AMOR, LA FE Y LA ESPERANZA

En esta conferencia, como resultado de lo expuesto en las anteriores sobre el Evangelio de Lucas, llegaremos a la cumbre de nuestras contemplaciones, a ocuparnos del "Misterio del Gólgota". ­ En las conferencias anteriores hemos tratado de explicar lo que realmente aconteció en aquel momento de la evolución de la humanidad en que el Cristo, durante tres años, vivió sobre la Tierra; además, hemos caracterizado cómo ese acontecimiento pudo tener lugar gracias a la confluencia de las corrientes espirituales a que nos hemos referido. La misión del Cristo sobre la Tierra, la llegaremos a comprender mejor si somos capaces de apreciar el contenido del Evangelio de Lucas bajo la luz de los conocimientos adquiridos a través de la Crónica del Akasha. Ahora, alguien podría preguntar: Basándonos en el hecho de que la corriente espiritual del budismo se entreteje orgánica­mente con el cristianismo, ¿cómo se explica entonces que dentro de la doctrina del cristianismo no se haga referencia alguna a la gran Ley del "karma" la que rige la compensación del destino en el curso de las distintas encarnaciones del ser humano? Empe­ro, seria un malentendido creer que ese Evangelio no contuviera las verdades que la ley del karma nos enseña. Ciertamente, las contiene; no obstante, si queremos comprenderlo correctamente, hemos de ver con claridad que en distintas épocas, el alma humana también tiene necesidades distintas. Los grandes misionarios de la evolución del mundo no siempre pueden dar a la humanidad la verdad absoluta en forma abstracta; puesto que los hombres, en sus distintos grados de madurez, no serían capaces de com­prenderla, sino que esos misionarios tienen que hablar de tal manera que los hombres reciban lo adecuado de cada época. Lo que el Buda ha dado a la humanidad, contiene toda la sabidu­ría que, en relación con la doctrina de la piedad y del amor y su aplicación por el sendero de ocho etapas, conduce a la profunda comprensión de la idea del karma; y sólo es preciso admitir que el alma humana contiene todo cuanto pueda conducirla a la idea del karma y la reencarnación. En la conferencia anterior hemos dicho que dentro de tres mil años (quiero ser enfático en que Steiner pudo dar esta fecha en relación a lo que se estaba viviendo hace un siglo, -desde hace 100 años hasta ahora las cosas han cambiado mucho- o se refería a realizar el crecimiento en otros planos dimensionales, puesto que el fin de nuestro ciclo de tiempo será dentro del presente siglo, aquí en la tridimensionalidad) a contar de ahora, gran parte de la humanidad ha de llegar al grado de desarrollo en que, por las fuerzas de su propia interioridad, será capaz de alcanzar la doctrina del sendero de ocho etapas y - hoy podemos agregar - también la del karma y la reencarnación. Pero este desarrollo ha de producirse lenta­mente, paso a paso, pues, así como la planta no produce flores, una vez colocada la semilla en la tierra, sino que primero tiene que desarrollar las hojas, según leyes inherentes, así también es necesario que la evolución espiritual de la humanidad vaya de grado en grado y que, a su debido tiempo, aparezcan los resul­tados correspondientes. Quien, dotado de las facultades que la ciencia espiritual le puede dar, profundice la contemplación aní­mica, necesariamente encontrará la idea del karma y la reencar­nación. Sin embargo, hay que tener presente que la evolución va por etapas, y que realmente es así que sólo en nuestros tiempos las almas llegaron a la madurez para encontrar en si mismas la idea del karma y la reencarnación. No hubiera sido conveniente que, exotericamente, esta doctrina se hubiese dado a conocer algunos siglos antes de nuestra era; tampoco hubiera sido conveniente que, un par de siglos antes de nuestra era, el contenido de nuestra ciencia espiritual, tan hondamente anhela­da por las almas humanas y vinculada con la investigación del fundamento de los Evangelios, abiertamente hubiese sido dado a la humanidad. Para ello, ha sido necesario que las almas tuvie­sen sed de recibir ese contenido y que desenvolviesen las facul­tades para acoger la idea del karma y la reencarnación; también ha sido necesario que esas almas hayan pasado por encarnaciones anteriores, incluso dentro de la era cristiana, con el fin de adqui­rir la madurez de comprender dicha idea. Sólo en nuestros tiem­pos, la humanidad alcanzó la madurez para acoger el contenido espiritual del karma y de la reencarnación. Por esta razón, no es de extrañar que en lo que, desde hace siglos, ha sido transmi­tido a la humanidad como contenido de los Evangelios, figure mucho que en realidad da una imagen enteramente tergiversada del cristianismo. En cierto modo, el Evangelio fue dado a los hombres prematuramente, puesto que sólo ahora están llegando a la madurez para desarrollar en el alma las facultades que pue­den conducirlos a la comprensión del verdadero contenido de los Evangelios. Ha sido absolutamente necesario que la forma de hablar de Cristo tuviera en cuenta el estado del alma humana de aquella época, de modo que no correspondía dar una doctrina abstracta de reencarnación y karma, sino hacer fluir en el alma humana los sentimientos que paulatinamente la hiciesen madu­rar para acoger aquella doctrina. Dicho de otro modo: en aquella época hubo que transmitir lo que paso a paso condujese a la comprensión del karma y de la reencarnación; en cambio, no correspondía dar la doctrina misma. Si queremos saber si el Cristo y los que le rodeaban habla­ron así, hemos de examinar el Evangelio de la correcta manera; y si lo hacemos con la debida comprensión, veremos en qué forma se pudo entonces hablar de la ley del karma. Lucas 6,20-23: Bienaventurados vosotros los pobres; por­que vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre; porque seréis saciados. Bienaventura­dos los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados seréis, cuando los hombres os aborrecieren, y cuando os apar­taren de sí, y os denostaren, y desecharen vuestro nombre como malo, por el Hijo del hombre. Gozaos en aquel día, y alegraos; porque vuestra recompensa es grande en los cielos. Aquí tenemos la doctrina de la recompensa o "compensa­ción", sin que se mencione, en forma abstracta, la idea de karma y reencarnación, sino haciendo fluir en las almas el sentimiento de certidumbre de que el hombre que en algún sentido sufra hambre o privación, experimentará la compensación. Sentimientos de esta índole tuvieron que verterse en las almas humanas que entonces vivieron en la Tierra; y las que acogieron la doctrina en esa forma, alcanzaron, en su nueva encarnación, la madurez para recibir la sabiduría de la idea de karma y reencarnación. Al reencarnarse estas almas, había llegado una era totalmente nueva; una época en que el hombre empezó a desarrollar su Yo, su auto­conciencia, con plena madurez. En tiempos pasados, el hombre recibía las revelaciones cuyos efectos obraban en su cuerpo astral, su cuerpo etéreo y cuerpo físico; ahora, en cambio debió alcanzar la plena conciencia de su Yo, pero sólo paso a paso, este Yo se llenará de las fuerzas que ha de recibir. Únicamente aquel Yo que vino a la Tierra con la corporalidad adecuada, la del Jesús natánico en que previamente se había incorporado la individualidad de Zoroastro, sólo este Yo pudo realizar en sí mis­mo el principio universal del Cristo. Los demás seres humanos, paso a paso y mediante la imitación del Cristo, deberán desarro­llar en sí mismos lo que en aquel tiempo, durante años, existió sobre la Tierra en aquella única personalidad. El Cristo no pudo dar a la humanidad sino el estímulo, el germen; y, en el curso de los tiempos, este germen tiene que desenvolverse y crecer. Igualmente, se predispuso lo necesario para que en el curso de la evolución terrestre y en los momentos correspondientes, apa­recieran los hombres que trajeran a la humanidad lo que en los tiempos posteriores contribuyese a su mayor madurez. El Cristo dio 'la anunciación" en la forma en que la humanidad de su época lo pudo comprender y, además, predispuso lo pertinente para que más tarde aparecieran las individualidades que en lo espiritual contribuyesen al desarrollo de las almas, según la mayor madurez de éstas. El autor del Evangelio de Juan nos describe de qué manera el Cristo preparó lo que debió suceder en los tiempos posterio­res al acontecimiento del Gólgota. Nos relata cómo, en la figura de Lázaro, el Cristo resucitó a la individualidad que más tarde actuó como Juan en la forma descripta en las conferencias sobre el "Evangelio de Juan". Además, el Cristo debió disponer lo necesario para que en tiempos aun posteriores pudiera aparecer otra individualidad la que, en sentido de la ulterior evolución, hiciera fluir en la humanidad lo que entonces correspondiese a la madurez más avanzada del ser humano. Con este fin, el Cristo debió resucitar a otra individualidad más. La descripción de este hecho, nos la da fielmente el autor del Evangelio de Lucas. Al decirnos que él describe lo que en aquel tiempo el clarividente imaginativo e inspirado pudo transmitir acerca del acontecimiento de Palestina, nos señala a la vez lo que, en tiempos por venir, otra individualidad dará como su enseñanza. Con relación a este proceso misterioso, el autor del Evangelio de Lucas nos habla en este documento de otra “resurrección". Lo que allí encontra­mos sobre la resurrección del jovencito de Naín, contiene el misterio del eterno obrar del cristianismo. Mientras que la cura­ción de la hija de Jairo, de la que les hablé en la penúltima con­ferencia, se relaciona con tan profundos misterios que el Cristo sólo permitió la presencia de muy pocas personas a las que des­pués impone que no lo contasen a nadie; vemos, en cambio, que otra "resurrección" se realiza así que inmediatamente se difunde. En el primer caso se trató de una curación que presuponía el profundo conocimiento de los procesos del cuerpo físico; el otro caso representa una resurrección, una iniciación. La individua­lidad que estuvo incorporada en el adolescente de Nain, debió experimentar una iniciación de singular característica. Existen diversas formas de iniciación. Una de ellas consiste en que, inmediatamente después del proceso que conduce a la iniciación, el ya iniciado percibe la luz del conocimiento de los mundos superiores y tiene la visión de los fenómenos y leyes de los mundos espirituales. Otra forma de la iniciación puede tener lugar de tal manera que, como primer paso, el alma del iniciando tan sólo recibe el germen y que deberá esperar hasta que, en una nueva encarnación, se desenvuelva este germen con el resul­tado de que en esa encarnación posterior llegará a la iniciación en su verdadero sentido. Semejante iniciación se hizo efectiva en la individualidad del adolescente de Nain. En los tiempos del acontecimiento de Palestina, su alma resultó transformada; aún no tenia la conciencia de haberse elevado a los mundos superio­res. En la encarnación posterior se desenvolvieron las fuerzas que en aquel momento quedaron introducidas en esta alma. Aquí, en una conferencia exotérica no pueden darse los nombres históricos; solamente podemos señalar que esa misma individualidad apareció a su tiempo en un poderoso maestro reli­gioso; de manera que, en una época posterior, surgió un nuevo representante del cristianismo, con las fuerzas que fueron vertidas en el alma del adolescente de Nain. En los tiempos venideros, esta misma individualidad estará llamada a introducir en el cristianismo, cada vez más, la doctrina de reencarnación y karma; o sea, unir con el cristianismo las enseñanzas que en los tiempos en que el Cristo vivió en la Tierra, no pudieron darse como sabiduría concreta, pues debieron ver­terse en las almas como fuerzas del sentimiento. El Cristo dio a comprender que la plena conciencia del Yo entró como algo totalmente nuevo en la evolución de la humanidad, y señaló - esto lo verá quien sepa leer con la debida atención - que en tiempos pasados el hombre no vivenciaba el mundo espiritual con plena conciencia de su Yo, sino que lo espiritual le penetra­ba por medio de los cuerpos físico, etéreo y astral, y que ello siempre estaba acompañado de un cierto grado de inconsciencia. Anteriormente, el hombre debió recibir la Ley del Sinaí que solo hablaba a su cuerpo astral. Esta ley obraba en él, pero no direc­tamente por las fuerzas de su Yo las que solo pudieron obrar en los tiempos del Cristo Jesús, porque solo entonces el hombre alcanzo la conciencia de su Yo. El Cristo lo da a entender, según el Evangelio, cuando dice que, para acoger un principio total­mente nuevo, era necesario que el alma humana llegase a su plena madurez; lo da a entender al hablar de su precursor, Juan el Bautista. ¿Como vio el Cristo a la individualidad de Juan? Dijo que Juan, antes de la aparición del Cristo, era llamado a caracterizar, en la forma más pura y más noble, el contenido de la antigua doctrina de los Profetas. Para el Cristo, Juan fue la figura que, como por última vez, represento, en la forma más pura y más noble, lo que pertenecía a los tiempos antiguos. Hasta el tiempo de Juan prevalecían la "Ley y los Profetas", y él debió, por última vez, exponer al hombre lo que la antigua doctrina y el antiguo contenido del alma podían darle. Pues, ¿como obraba este antiguo contenido del alma en los tiempos antes de entrar el principio del Cristo en la evolución? He aquí algo que a su debido tiempo se convertirá en conocimiento de la ciencia natural, cuando ella se dejará inspirar por la ciencia espiritual, por más extraño que actualmente se le parez­ca. Al respecto, tengo que tocar algo, aunque solo de paso, para demostrar hasta qué profundidades de la ciencia natural, la ciencia espiritual es capaz de proyectar luz. Actualmente, mediante las limitadas capacidades del pensamiento humano, la ciencia natu­ral trata de penetrar en los misterios de la existencia humana. Ella expone que por la acción conjunta de los gérmenes masculino y femenino se logra la formación de todo el organismo humano. Mediante el microscopio, cuidadosamente trata de establecer lo que en la substancia se halla de origen masculino y lo que pro­viene del germen femenino. Sin embargo, llegará el día en que esta ciencia natural, por su propia investigación, se verá impul­sada a reconocer que solo una parte del organismo humano se determina por la acción de los gérmenes masculino y femenino, y que en el actual ciclo evolutivo es, efectivamente así que – por más exactamente que se llegue a definir lo que proviene de los distintos gérmenes - por regla resultará que esto no da la explica­ción toda. En todo organismo humano existe algo que no se origina en el germen, sino que, en cierto modo, es de "nacimiento virgíneo"; algo que desde otras esferas se vierte en el proceso germinativo. Con el germen humano se reúne algo que no pro­viene del padre ni de la madre, pero que no obstante le perte­nece y que, como destinado a él mismo, penetra en su Yo, dentro del cual podrá ennoblecerse si llega a unirse con el Cristo. Lo que en el curso de la evolución de la humanidad se unirá con el Cristo, es la parte que representa el nacimiento virgíneo. Con sus propios medios, la ciencia natural descubrirá que esto se halla en relación con la importante transición que en los tiempos del Cristo tuvo lugar. Antes de esa transición, nada pudo haber en lo interno del ser humano sino lo que provenía del germen; y esto nos hace ver que en el curso de los tiempos realmente se producen cambios con respecto a la evolución del Yo. Acogiendo el principio del Cristo, la humanidad tiene que desarrollar y enno­blecer lo que, desde aquel tiempo, se le va agregando a los com­ponentes del mero germen. Esta contemplación nos acerca a una sutil verdad. Para el conocedor de la ciencia natural moderna es interesante ver que al investigador de ciertos fenómenos resulta casi palpable que en el ser humano hay algo que no se origina en el germen. Sería fácil descubrirlo, puesto que las condiciones previas ya existen, sólo que el intelecto del investigador aún no se ha desarrollado lo suficiente como para reconocer correctamente lo que sus expe­rimentos y observaciones le ofrecen. La ciencia natural no llegaría muy lejos si únicamente dependiera de la habilidad de los investigadores. Mientras éstos trabajan en el laboratorio, en la clínica o en otros campos de actividades, las potencias que dirigen al mundo se hallan detrás de ellos y hacen aflorar a la superficie lo que el mismo investigador no comprende y para lo cual él es tan sólo instrumento. Es absolutamente correcto decir que incluso la investigación objetiva es dirigida por los "maestros", las individualidades superiores; sólo que de esto comúnmente el hombre no se da cuenta. No obstante, estas cosas entrarán en observación tan pronto las facultades conscientes de los investi­gadores se compenetren de los conocimientos espirituales de la Antroposofia. Gracias a la evolución que desde la venida del Cristo a la Tierra ha tenido lugar, se ha operado una gran transformación de las facultades del hombre, el que anteriormente sólo pudo valer­se de las facultades que surgían de los gérmenes paterno y ma­terno. Durante la vida entre el nacimiento y la muerte, el hombre desenvuelve las facultades inherentes a los cuerpos físico, etéreo y astral. Antes de la época del Cristo Jesús, esas facultades única­mente fueron preparadas de cuanto el mismo germen daba; des­pués se agregó lo que proviene del nacimiento virgíneo y que no se debe al germen. Naturalmente, estas nuevas facultades pueden echarse a perder sí el hombre se abandona a la mera concepción material; en cambio, sí él acoge el calor que emana del principio del Cristo, las ennoblecerá y las llevará consigo, en forma cada vez más elevada, a las nuevas encarnaciones. Lo que antecede, presupone que en todas las enseñanzas anteriores al advenimiento del Cristo hubo un elemento determinante que dependía de las facultades provenientes de la descendencia y que el hombre recibía con el germen. Presupone, además, que el Cristo tuvo que dirigirse a las facultades que nada tienen que ver con el germen terrestre sino a las que se unen con el germen que proviene de los mundos divinos. Para hablar a los hombres, todas las grandes individualidades aparecidas antes de la venida del Cristo Jesús no pudieron valerse sino de las facultades adqui­ridas en su naturaleza terrena a través del germen; todos los profetas, los grandes fundadores e incluso los Bodisatvas tuvie­ron que servirse de estas facultades. No así el Cristo Jesús; Él habló a aquello en el hombre que no se origina en el germen sino a lo que proviene del reino de lo divino; y así habló a sus discípulos sobre la naturaleza de Juan el Bautista: "Os digo que no hay mayor profeta que Juan el Bautista, entre los nacidos de mujeres." Esto quiere decir, entre los cuya naturaleza tiene su origen en el germen masculino y femenino. Pero sigue diciendo: La más mínima parte de lo que no nació de mujer y que se une con el hombre desde el reino de Dios, es mayor que Juan". ¡Tan profunda verdad se oculta tras estas palabras! Cuando los hom­bres estudien la Biblia bajo la luz de la ciencia espiritual, descu­brirán que ella contiene verdades fisiológicas más grandes que todo cuanto el moderno pensar fisiológico y superficial pueda producir. Las palabras citadas nos inducen a buscar una de las más grandes verdades fisiológicas. El Cristo lo explica de la más variada manera. Quiere des­tacar que lo que Él trae al mundo es algo totalmente nuevo, distinto de todo lo anteriormente dado, porque se enuncia con las facultades provenientes de los reinos de los cielos, facultades no recibidas por herencia. Señala también que no será fácil com­prender semejante verdad, semejante Evangelio, porque los hom­bres quieren llegar a la convicción de la misma manera como antes pudieron comprenderlo. Pero el Cristo dice que de la nueva verdad no es posible convencerse de esa misma manera, puesto que el testimonio de la forma antigua no es propio para comprender la nueva. Las formas en sentido de la antigua ver­dad se comprenden cabalmente si se simbolizan mediante la "señal de Jonás". Esta señal simboliza la manera antigua de cómo el hombre se eleva al conocimiento de los mundos espi­rituales, o - con palabras de la Biblia - se convierte en profeta. La antigua manera de llegar a la iniciación ha sido como sigue: a los iniciandos se los preparaba cuidadosamente para que su alma adquiriese la debida madurez de conocer la vida espiritual; después, durante tres días y medio, se los mantenía sustraídos al mundo exterior en un lugar donde sus sentidos exteriores nada podían percibir, y donde su cuerpo se encontraba en un estado parecido a la muerte. A los tres días y medio volvíase a despertarlos, haciendo volver el alma a su cuerpo. Estos hombres poseían entonces la capacidad de recordar la visión de los mun­dos superiores, obtenida en ese estado, y de hablar ellos mismos de esos mundos. Esto fue el gran secreto de la antigua iniciación, que al alma, después de su intensa preparación, se le mantenía fuera del cuerpo, durante tres días y medio, en un mundo totalmente distinto. Así quedaba aislada del mundo exterior y penetraba en el mundo espiritual. Dentro de los pueblos antiguos, siempre había semejantes hombres que sabían hablar del mundo espiritual, porque habían pasado por lo que en la Biblia es llamado el "estar Jonás en el vientre del pez". Cuando estos iniciados aparecían ante el pueblo, ostentaban la "señal de Jonás", como indicio de que eran capaces de penetrar en el mundo espi­ritual. En sentido antiguo no hay, dijo el Cristo, otra señal que la de Jonás, y en el Evangelio lo explica aún más claramente: Existe, por cierto, como herencia de tiempos antiguos, la posibilidad de convertirse en clarividente - en forma opaca, indecisa - sin aquel método de iniciación, sino por revelación directa desde el mundo espiritual. Y el Cristo agregó: Mirad al rey Salo­món que fue de la índole de aquellos que, sin preparación previa, por revelación desde las alturas, obtuvieron la visión del mundo espiritual. En este mismo sentido, la "reina de Saba" que vino a encontrarse con el rey Salomón, fue la portadora de la sabiduría revelada desde las alturas y representante de los predestinados a heredar la clarividencia opaca, que había sido el don de todos los hombres de la época atlante. Existieron estas dos categorías de iniciados, la representada por Salomón, según la imagen de su encuentro con la reina de Saba, la reina del Austro; y la otra que se realizaba bajo la señal de Jonás, o sea, la antigua iniciación obtenida por el aislamiento del mundo exterior, durante tres días y medio. Nuevamente, el Cristo agregó: "Aquí hay más que Salomón y más que Jonás", con lo cual indicó que hay algo nuevo que entró en el mundo, y que ahora no sólo se habla al cuerpo etéreo por la revelación desde afuera, como en el caso del rey Salomón, ni tampoco por revelación desde dentro, por medio del cuerpo astral el que, en virtud de su preparación, transmite esa revelación al cuerpo etéreo, tal como lo representa el símbolo de la señal de Jonás. El Cristo dijo: "Aquí hay algo en que el hombre, con la madurez de su Yo, se une con lo que pertenece a los reinos del cielo, y las fuerzas de estos reinos se unen con la parte virginea del alma humana; esta parte se echa a perder si el hombre se aparta del principio del Cristo, pero se cultivará si el hombre se compenetra de lo que fluye del principio del Cristo. Además, el Cristo quiso mostrar que también puede haber hombres los que, antes de morir, serán capaces de ver los reinos del cielo, por medio del nuevo elemento en el mundo. Sus discípulos no captaron de qué se trataba, pero El quiso mostrarles que se refería a ellos mismos quienes, antes de morir, o antes de expe­rimentar la muerte de la iniciación antigua, experimentarían los misterios de los reinos del cielo. He aquí el maravilloso pasaje en el Evangelio donde el Cristo habla de la revelación superior, diciendo (cap. 9,27): "Os digo en verdad, que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que vean los reinos del cielo." Mas ellos no comprendieron que eran lla­mados a experimentar el poderoso efecto del Yo, del principio del Cristo, es decir, elevarse directamente al mundo espiritual, sin la señal de Salomón, sin la señal de Jonás. Preguntémonos ahora si esto se ha realizado. A continuación de las precitadas palabras del Cristo se des­cribe la escena de la transfiguración, donde los tres discípulos: Pedro, Jacobo y Juan se elevan al mundo espiritual, y allí se encuentran con las individualidades - en su existencia espiri­tual - de Moisés y Elías, percibiendo, asimismo, la esfera espiritual en que vive el Cristo. Por un instante, tienen la visión del mundo espiritual para convencerse de que es posible alcanzar la visión sin la señal de Salomón y sin la señal de Jonás. Mas también se evidencia que los tres son principiantes, pues en segui­da se adormecen, después de ser arrancados de los cuerpos físico y etéreo, por la potencia del acontecer. Así, el Cristo los encuentra dormidos. Con todo esto se mostró cuál es la tercera manera de pe­netrar en el mundo espiritual, aparte de las de la señal de Salomón y de la señal de Jonás. El Cristo sabía que el Yo del hombre debió desarrollarse, que había llegado el momento en que este Yo debió ser inspirado, y que las fuerzas divinas debie­ron impulsarlo directamente. Sin embargo, también quedó demos­trado que el hombre de aquel tiempo, incluso los más avanzados, no fueron capaces de acoger el principio del Cristo. Un primer paso hubo que darse con la transfiguración la que, no obstante, evidenció que los discípulos no poseían suficiente capacidad como para acoger el principio del Cristo. Por esta razón, al querer valerse, momentos más tarde, de este principio, tratando de curar a un enfermo poseído de un demonio, no logran hacerlo; y el Cristo les hace ver que no se hallan sino en el principio del camino, diciéndoles: "Por mucho tiempo aún he de estar con vosotros hasta que vuestras fuerzas puedan fluir en los demás." El mismo cura entonces al enfermo al que ellos no habían logrado curar. Luego les dice: "Ha de acontecer que el Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres"; esto quiere decir: está por llegar el tiempo en que paulatinamente ha de fluir en los hombres lo que ellos, por su misión terrestre, deberán desarrollar. Dicho con otras palabras: el tiempo en que el Yo que en su suprema conformación se presentó en el Cristo, será entregado al hombre. "Poned en vuestros oídos estas palabras; porque ha de acontecer que el Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres. Mas ellos no entendían esta palabra, y les era encu­bierta para que no la entendiesen." (Lucas 9, 44-45). Podemos preguntar: ¿Cuántos hombres la han comprendido hasta hoy? Ciertamente, serán cada vez más los que compren­derán que en aquel momento el Yo, el Hijo del Hombre, debió entregarse a la humanidad. Además, el Cristo dio la explicación apropiada para aquel tiempo, diciendo: El hombre actual es, por una parte, resultado de las fuerzas antiguas las que habían obrado antes de la influencia de las entidades luciféricas y, por otra parte, de estas fuerzas luciféricas que arrastraron al hombre a un nivel más bajo de su estado anímico-espiritual. Las conse­cuencias se manifiestan en las facultades del hombre actual. En lo que surgió del germen originario se entremezcló, en la con­ciencia del hombre, lo que le hizo descender a una esfera más baja; él es un ser binario: como resultado de la evolución, su conciencia actual se halla compenetrada de las fuerzas luciféri­cas. Sólo la parte en que reina lo inconsciente, o sea, lo que en cierto modo proviene, como un remanente, de la evolución a través de Saturno, Sol y Luna, cuando aún no existieron las fuer­zas luciféricas; únicamente esto fluye en el hombre como su parte virgínea. Sin embargo, esto no puede aunarse con él si no des­arrolla en sí mismo el principio del Cristo. El ser humano, como hoy se nos presenta, es, ante todo, el resultado de lo heredado, de lo que proviene del germen; y sólo su elemento de "infancia" contiene aún un remanente de su existencia de antes de la influen­cia luciférica; el elemento de "edad madura", en cambio, se halla compenetrado de las fuerzas luciféricas, las cuales hacen valer su influencia desde el primitivo estado embrionario, y ya al niño lo compenetran. En la vida común no se hace visible lo que antes de la influencia luciférica se ha vertido en el ser humano; pero la fuerza del Cristo volverá a despertarlo, al unirse con el elemento que constituye las mejores fuerzas de la naturaleza infantil del hombre. La fuerza del Cristo no ha de vincularse con las facultades que el hombre echó a perder, las que tienen su origen en el mero intelecto, sino con lo que ha quedado de la antigua naturaleza infantil, pues ésta es lo mejor del ser humano. "Entonces entraron en disputa, cuál de ellos sería el mayor", lo que significa: quién sería el más apropiado para acoger en sí mismo el principio del Cristo. "Mas Jesús, viendo los pensamientos del corazón de ellos, tomó un niño, y púsole junto a ellos, diciendo cualquiera que recibiere este niño en mi nombre" - quiere decir, quien en el nombre del Cristo se uniera con lo que ha quedado de los tiempos preluciféricos - "a mí recibe; y quien me recibiere a mí, recibe al que me envió"; lo que equivale a decir: al que envió a la Tierra esta parte del ser humano. Esto es el gran significado del elemento que en la naturaleza humana debe cuidarse y cultivarse: su elemento "infantil". Podemos esfor­zarnos en desarrollar las promisorias predisposiciones de una per­sona la que, probablemente, hará buenos progresos. Sin embargo, hoy en día no se toma en consideración lo que existe en lo más profundo del ser humano, que es el elemento en que se han conservado las fuerzas infantiles al que ante todo habría que tomar en cuenta, puesto que las nuevas facultades han de des­pertarse a través de ese elemento, por medio del principio del Cristo. Todo hombre lleva en si mismo dicha naturaleza infantil la que, si es activa, posee también la sensibilidad para unirse con el principio del Cristo. En cambio, si las fuerzas sometidas a la influencia luciférica, por más elevadas que sean, actúan solas, rechazan y se burlan de lo que como fuerzas del Cristo pueda vivir en la Tierra, tal como el Cristo mismo lo ha vaticinado. El Evangelio de Lucas nos enseña cuál es el sentido del nuevo mensaje. Cuando el antiguo iniciado, con la señal de Jonás en la frente, aparecía ante los hombres, fue reconocido como capacitado de hablar de los mundos espirituales; mas sólo lo conocieron por su aspecto exterior los que habían recibido la instrucción correspondiente, pues se requiere cierta preparación para comprender la característica de la señal de Jonás. Empero, se necesitaba una nueva preparación - más allá de la señal de Sa­lomón y la de Jonás - para abrir camino a un nuevo modo de comprender y de madurar al alma humana. Los contemporáneos de Cristo Jesús, normalmente, sólo eran capaces de comprender el modo antiguo; la mayoría de ellos pudieron comprender a Juan el Bautista, pero les causó extrañeza que, para dar algo totalmente nuevo, el Cristo se dirigiera a hombres de apariencia absolutamente distinta de la acostumbrada. Habíanse imaginado que El se sentara al lado de los que hacían los ejercicios anti­guos, a fin de proporcionarles su enseñanza. No pudieron com­prender que El se dirigiera a hombres por ellos considerados como "pecadores". Mas El les decía: "Si mi mensaje totalmente nuevo lo transmitiera a la humanidad de la manera antigua, en lugar de elegir una forma enteramente nueva, sería lo mismo que remendar de paño nuevo un vestido viejo; o echar vino nuevo en odres viejos. Mas lo que ahora debe darse a la humanidad como algo superior a la señal de Salomón o la de Jonás, habrá que verterlo en odres nuevos, es decir en formas nuevas. Debéis hacer un esfuerzo para comprender de un modo nuevo el mensaje que también es nuevo". Debieron comprenderlo, no en base a los conocimientos adquiridos intelectualmente, sino por la potente influencia del Yo, por lo que de la naturaleza espiritual del Cristo se había derramado en ellos. Para esto estaban predestinados, no los instruidos en sentido de las doctrinas antiguas, sino los que, a pesar de haber pasado por muchas encarnaciones anteriores, eran gentes sencillas quienes comprendieron al Cristo, gracias a la fuerza de fe, derramada en ellas. Consecuentemente, ante los ojos del mundo, también hubo que presentarles una "señal". En el gran escenario de la historia universal debió realizarse lo que, en el curso de siglos y milenios, se había realizado, como el pasar por la "muerte mística", en los Templos de los Misterios. Apare­ció ante el mundo y se evidenció en el Gólgota como aconteci­miento absoluto, todo lo misteriosamente realizado en los grandes templos de la iniciación. Con gran intensidad se presentó ante la humanidad lo que antes, en los tres días y medio de la antigua iniciación, sólo se había presentado a los iniciados. Así se explica que el conocedor de los hechos debió describir lo sucedido en Gólgota como la iniciación antigua transformada en hecho histó­rico y trasladada al escenario exterior de la historia universal. Lo que anteriormente los pocos iniciados habían experimentado en los templos de los Misterios: el hallarse durante tres días y medio en estado parecido a la muerte - proporcionándoles la convicción de que lo espiritual siempre superará a lo corpóreo y que lo anímico-espiritual pertenece a un mundo superior - eso debió realizarse una vez ante los ojos de todo el mundo. El acon­tecimiento de Gólgota fue una iniciación trasladada al plano externo de la historia del mundo, realizada no sólo para los que lo presenciaron, sino para toda la humanidad. Lo que irradió de la muerte en la Cruz, se extendió de allí hacia toda la humani­dad: con cada gota de sangre de las heridas de Cristo Jesús, una corriente de vida espiritual fluyó hacia toda la humanidad. Pues, como fuerza debió entonces fluir hacia la humanidad lo que antes, como sabiduría, había emanado de otras grandes indivi­dualidades. Esta es la gran diferencia entre el acontecimiento del Gólgota y la enseñanza de los demás fundadores de una religión. Las facultades del hombre actual no alcanzan para compren­der correctamente lo que en el Gólgota sucedió. Al principio de la evolución terrestre, el Yo humano se unió con la sangre como su expresión exterior. De no haber venido el Cristo, los hombres hubieran fortalecido su Yo a tal grado que hubieran desarrollado un egoísmo destructivo, pero el acontecimiento del Gólgota los preservó de tal peligro. Al verterse la sangre de las heridas del Cristo Jesús, se derramó el exceso de la substancia del Yo, como "señal" de que se estaba sacrificando el excedente de egoísmo de la naturaleza humana. Para comprenderlo, hemos de penetrar más profundamente en el significado espiritual del sacrificio del Gólgota. Esto no es asequible al intelecto y la mirada superfi­cial del químico, pues en un análisis químico de la sangre que se derramó en el Gólgota, se hubieran encontrado las mismas substancias que la sangre humana generalmente contiene. No obstante, quien examinara esa sangre con los medios de la investigación oculta, encontraría que efectivamente se trataba de una sangre distinta. Sin el inmenso amor que hizo fluir la sangre del Gólgota, la humanidad, debido al exceso de sangre, se hubiera perdido en el egoísmo; y el investigador oculto descubre ese inmenso amor que penetra la sangre del Gólgota. Particular­mente, ha sido la intención del autor del Evangelio de Lucas, describir que por el Cristo llegó al mundo ese inmenso amor que paso a paso ha de expulsar el egoísmo. Cada evangelista describe lo que resulta de su particular intención y tarea; y si examináramos más profundamente todos los hechos, encontraría­mos que todos los aspectos contradictorios desaparecen, contra­dicciones que la investigación materialista pueda encontrar, como por ejemplo las diferencias en cuanto a los acontecimientos pre­vios al nacimiento de Jesús de Nazareth, las que dejan de existir al explicarse lo realmente sucedido. Lucas describe lo que los ministros del verbo, los que lo han visto por sus ojos, pudieron percibir; y también nos habla del amor que se derrama y que perdona, incluso en los casos en que en el mundo físico se le hace sufrir lo más espantoso; de modo que desde la cruz, con toda razón, suenan las palabras: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen." Por su inmenso amor, el crucificado pide perdón para los que le crucificaron. Aparte, ¡vuelvo a afirmar que este es el Evangelio que nos habla de la fuerza de la fe! Debióse corroborar que en la natu­raleza humana hay algo que, por el solo hecho de verterse al mundo, es capaz de liberar al hombre del mundo sensorio, por más estrechamente que se halle ligado a él. Imaginémonos a un hombre tan atado al mundo sensorio, por toda clase de críme­nes, que la justicia del mundo ejecuta la condena; pero que él, no obstante, háyase guardado lo que en su ser pueda hacer ger­minar la fuerza de la fe. Tal hombre, comparado con otro que no sea capaz de hacer germinar esa fuerza, se diferenciará de éste al igual que uno de los malhechores del Gólgota se diferenciaba del otro. El primero poseía la fe cual una débil luz que irradia al mundo espiritual; es por ello que no ha de perder el vínculo con lo espiritual y que el Cristo le dice: "De cierto te digo que hoy, puesto que tú sabes que estás vinculado al mundo espi­ritual, estarás conmigo en aquello que se halla en el paraíso." De esta manera, en el Evangelio de Lucas, aparte de la verdad sobre el amor, resuenan también, desde la cruz, las verdades de la fe y la esperanza. Además, desde el ámbito anímico que el autor de este Evan­gelio nos describe, ha de cumplirse algo más. El hombre, compenetrado del amor que fluyó de la cruz del Gólgota, dirá: La evolución sobre la Tierra ha de realizarse de tal manera que el espíritu que en mí tiene vida, en el curso del tiempo transformará toda la existencia física terrestre. El prin­cipio del Dios Padre, que existió antes de la influencia lucifé­rica, será restituido a ese mismo principio, pero el principio del Cristo penetrará todo nuestro espíritu, y por nuestras manos se manifestará lo que en nuestras almas vive como una clara ima­gen. En nuestras manos, creadas por el principio del Dios Padre, fluirá el principio del Cristo. En lo que los hombres, a través de sus encarnaciones, hacen por medio de sus cuerpos, fluirá lo espiritual que proviene del Misterio del Gólgota; de modo que el mundo externo será transformado por el principio del Cristo. La calma que emanó de la cruz del Gólgota conducirá a la suprema esperanza por el porvenir, al ideal: En mi ser germi­nará la fe, en mi ser germinará el amor; la fe y el amor, al acrecentarse, penetrarán toda la existencia exterior. "La esperanza por el porvenir de la humanidad acompañará a la “fe” y el amor, y el hombre comprenderá que en el futuro deberá adqui­rir la calma y la certeza: Si tengo fe y amor, también puedo tener la esperanza de que lo recibido del Cristo fluirá, cada vez más, hacia fuera. Así, el hombre comprenderá las palabras que como alto ideal resonaron desde la cruz: 'Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Así, desde la cruz, suenan las palabras de la fe y de la esperanza en el Evangelio que nos describe la confluencia en Jesús de Nazareth de las anteriormente separadas corrientes espi­rituales. Lo que otrora la humanidad había recibido como "sabi­duría", fluyó en ella como fuerza del alma, como el elevado ideal del Cristo. Con las verdades espirituales que la ciencia espiritual nos transmite, se desarrollará en nosotros la facultad para compren­der que son palabras vivientes las que contiene un documento religioso como el que Lucas ha dado a la humanidad; además la ciencia espiritual nos revela el significado de su contenido oculto. De esta manera podemos comprender las palabras que resue­nan en el momento en que el Nirmanakaya del Buda hace fluir su fuerza en el niño Jesús natánico. Desde los mundos espirituales, la revelación fluye hacia la Tierra y, como amor y paz, esa misma revelación encuentra su reflejo en los corazones humanos, en la medida en que los hombres desarrollan en si mismos lo que, como buena voluntad, el principio del Cristo hace surgir del centro humano, su Yo. Esto resuena, con claridad y calor, en las palabras del Evangelio de Lucas:

La revelación desde las alturas de los mundos espiritua­les, y su imagen reflejo en los corazones humanos, trae la paz a aquellos hombres que en sí mismos, en el curso de la evolución terrestre, desarrollan la verdadera buena voluntad.