Es importante en la misma línea seguir con el primer capítulo del Quenta Silmarillion (el único que voy a subir aquí) que es importante también, les recuerdo ver la entrada del 29 de junio, la 2ª parte del lado oscuro, en la que Cristo Jesús nos dijo quien es nuestro verdadero Padre.
QUENTA SILMARILLION
La historia de los Silmarils
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DEL PRINCIPIO DE LOS DÍAS
Se dice entre los sabios que la Primera Guerra estalló antes de que Arda estuviera del todo
acabada, y antes de que nada creciera o anduviera sobre la Tierra; y durante mucho tiempo
Melkor tuvo la mejor parte. Pero en medio de la guerra, un espíritu de gran fuerza y osadía
acudió en ayuda de los Valar habiendo oído en el cielo lejano que se libraba una batalla en el
Pequeño Reino; y el sonido de su risa llenó toda Arda. Así llegó Tulkas el Fuerte, cuya furia
pasa como un viento poderoso, esparciendo nubes y oscuridad por delante; y la risa y la
cólera de Tulkas ahuyentaron a Melkor, que abandonó Arda, y durante mucho tiempo hubo
paz. Y Tulkas se quedó y se convirtió en uno de los Valar del Reino de Arda; pero Melkor
meditaba en las tinieblas exteriores y desde entonces odió para siempre a Tulkas.
En ese entonces los Valar trajeron orden a los mares y las tierras y las montañas, y
Yavanna plantó por fin las semillas que tenía preparadas tiempo atrás. Y desde entonces,
cuando los fuegos fueron sometidos o sepultados bajo las colinas primigenias, hubo necesidad
de luz, y Aulë, por ruego de Yavanna, construyó dos lámparas poderosas para iluminar la
Tierra Media que él había puesto entre los mares circundantes. Entonces Varda llenó las
lámparas y Manwë las consagró, y los Valar las colocaron sobre altos pilares, más altos que
cualquiera de las montañas de días posteriores. Levantaron una de las lámparas cerca del
norte de la Tierra Media y le dieron el nombre de Illuin; y la otra la levantaron en el sur, y le
dieron el nombre de Ormal, y la luz de las Lámparas de los Valar fluyó sobre la Tierra, de
manera que todo quedó iluminado como si estuviera en un día inmutable.
Entonces las semillas que Yavanna había sembrado empezaron a brotar y a germinar con
prontitud, y apareció una multitud de cosas que crecían, grandes y pequeñas, musgos y
hierbas y grandes helechos, y árboles con copas coronadas de nubes, como montañas
vivientes, pero con los pies envueltos en un crepúsculo verde. Y acudieron bestias y moraron
en las llanuras herbosas, o en los ríos y los lagos, o se internaron en las sombras de los
bosques. Y sin embargo aún no había florecido ninguna flor, no había cantado ningún pájaro
porque estas cosas aguardaban aún en el seno de Yavanna a que les llegara el momento; pero
había gran riqueza en lo que ella concibiera, y en ningún sitio más abundante que en las
partes centrales del mundo, donde las luces de ambas lámparas se encontraban y se
mezclaban. Y allí, en la Isla de Almaren, en el Gran Lago, tuvieron su primera morada los
Valar, cuando todas las cosas eran aun jóvenes y el verde reciente maravillaba aún a los
hacedores; y durante mucho tiempo se sintieron complacidos.
Sucedió entonces que mientras los Valar descansaban de sus trabajos y contemplaban el
crecimiento y el desarrollo de las cosas que habían concebido e iniciado, Manwë ordenó que
hubiese una gran fiesta y los Valar y todas sus huestes acudieron a la llamada. Pero Aulë y
Tulkas se sentían cansados, pues la habilidad de uno y la fuerza del otro habían estado sin
cesar al servicio de todos mientras trabajaban. Y Melkor conocía todo lo que se había hecho,
ya que aún entonces tenía amigos y espías secretos entre los Maiar a quienes había convertido
a su propia causa y lejos, en la oscuridad, lo consumía el odio, pues tenía celos de la obra de
sus pares, a quienes deseaba someter. Por tanto convocó a los espíritus de los palacios de Eä
que él había pervertido para que le sirvieran, y se creyó fuerte. Y viendo que le negaba la
hora, volvió a acercarse a Arda, y la contempló, y ante la belleza de la Tierra en Primavera
sintió todavía mas odio.
Pues bien, los Valar estaban reunidos en Almaren sin sospechar mal alguno, y por causa de
la luz de Illuin no percibieron la sombra en el norte que desde lejos arrojaba Melkor; porque
se había vuelto oscuro como la Noche del Vacío. Y se canta que en la fiesta de la Primavera de
Arda, Tulkas desposó a Nessa, la hermana de Oromë, y ella bailó ante los Valar sobre la
hierba verde de Almaren.
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Luego Tulkas se echó a dormir, pues estaba cansado y satisfecho, y Melkor creyó que la
ocasión le era propicia. Y pasó con su ejército por sobre los Muros de la Noche y llegó a la
Tierra Media, lejos, al norte; y los Valar no lo advirtieron.
Entonces Melkor empezó a cavar, y construyó una vasta fortaleza muy hondo bajo la Tierra,
por debajo de las montañas oscuras donde los rayos de Illuin eran fríos y débiles. Esa
ciudadela recibió el nombre de Utumno. Y aunque los Valar aún no sabían nada de ella, la
maldad de Melkor y el daño de su odio brotaron desde allí alrededor y marchitaron la
Primavera de Arda. Las criaturas verdes enfermaron y se corrompieron, las malezas y el cieno
estrangularon los ríos; los helechos, rancios y ponzoñosos, se convirtieron en sitios donde
pululaban las moscas; y los bosques se hicieron peligrosos y oscuros, moradas del miedo, y
las bestias se transformaron en monstruos de cuerno y marfil, y tiñeron la tierra con sangre.
Entonces supieron los Valar, sin ninguna duda, que Melkor estaba actuando otra vez, y
buscaron su escondrijo. Pero Melkor, confiado en la fuerza de Utumno y en el poderío de sus
sirvientes, acudió de repente a la lucha, y asestó el primer golpe, antes de que los Valar
estuvieran preparados; y atacó las luces de Illuin y Ormal, derribó los pilares y quebró las
lámparas. En el derrumbe de los poderosos pilares, las tierras se abrieron y los mares se
levantaron en tumulto; y cuando las lámparas se derramaron unas llamas destructoras
avanzaron por la Tierra. Y la forma de Arda y la simetría de las aguas y tierras quedaron
entonces dañadas, de modo que los primeros proyectos de los Valar nunca fueron
restaurados.
En la confusión y la oscuridad Melkor huyó, aunque tuvo miedo, pues por encima del
bramido de los mares oyó la voz de Manwë como un viento huracanado; y la tierra temblaba
bajo los pies de Tulkas. Pero llegó a Utumno antes de que Tulkas pudiera alcanzarlo; y allí se
quedó escondido. Y los Valar no pudieron someterlo en aquella ocasión, porque necesitaban de
casi todas sus fuerzas para apaciguar los tumultos de la Tierra y salvar de la ruina todo lo que
pudiera ser salvado de lo que habían hecho; y después temieron desgarrar otra vez la Tierra
en tanto no supieran dónde moraban los Hijos de Ilúvatar que aún habrían de venir en un
tiempo que a los Valar les estaba oculto.
Así llegó a su fin la Primavera de Arda. La morada de los Valar en Almaren quedó por
completo destruida, y no tuvieron sitio donde vivir sobre la faz de la Tierra. Por tanto
abandonaron la Tierra Media y fueron a la Tierra de Aman, el más occidental de todos los
territorios sobre el filo del mundo; pues las costas occidentales miraban al Mar Exterior, que
los Elfos llamaban Ekkaia, y que circunda el Reino de Arda. Cuán ancho es ese mar, sólo los
Valar lo saben; y más allá de él se encuentran los Muros de la Noche. Pero las costas
orientales de Aman eran el extremo de Belegaer, el Gran Mar del Occidente, y como Melkor
había vuelto a la Tierra Media y aún no podían someterlo, los Valar fortificaron sus propias
moradas, y en las costas del mar levantaron las Pelóri, las Montañas de Aman, las más altas
de la Tierra. Y sobre todas las montañas de Pelóri, se alzaba la altura en cuya cima puso
Manwë su trono. Taniquetil llaman los Elfos a esa montaña sagrada y Oiolossë de Blancura
Sempiterna, y Elerrína Coronada de Estrellas, y con muchos otros nombres pero en la lengua
tardía de los Sindar se la llamaba Amon Uilos. Desde los palacios de Taniquetil, Manwë y
Varda podían ver a través de la Tierra hasta los confines más extremos del Este.
Detrás de los muros de las Pelóri, los Valar se establecieron en esa región que llamaban
Valinor; y allí tenían casas, jardines y torres. En aquella tierra protegida acumularon grandes
caudales de luz y las cosas más bellas que se salvaron de la ruina; y muchas otras aún más
bellas las hicieron de nuevo, y Valinor fue todavía más hermosa que la Tierra Media en la
Primavera de Arda; y fue bendecida, porque los Inmortales vivían allí, y allí nada se
deterioraba ni marchitaba, ni había mácula en las flores o en las hojas de esa tierra, ni
corrupción o enfermedad en nada de lo que allí vivía; porque aun las mismas piedras y las
aguas estaban consagradas.
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Y cuando Valinor estuvo acabada y establecidas las mansiones de los Valar, en medio de la
llanura de más allá de los montes edificaron su ciudad, Valmar, la de muchas campanas. Ante
el portal occidental había un montículo verde, Ezellohar, llamado también Corollairë; y
Yavanna lo consagró, y se sentó allí largo tiempo sobre la hierba verde y entonó un canto de
poder en el que puso todo lo que pensaba de las cosas que crecen en la tierra. Pero Nienna
reflexionó en silencio y regó el montículo con lágrimas. En esa ocasión los Valar estaban todos
reunidos para escuchar el canto de Yavanna, sentados en los tronos del consejo en el
Máhanaxar, en el Anillo del Juicio, cerca de los portones dorados de Valmar; y Yavanna
Kementári cantó delante de ellos, que la observaban.
Y mientras observaban, en el montículo nacieron dos esbeltos brotes; y el silencio cubría el
mundo entero a esa hora y no se oía ningún otro sonido que la voz de Yavanna. Bajo su canto
los brotes crecieron y se hicieron hermosos y altos, y florecieron; y de este modo despertaron
en el mundo los Dos Árboles de Valinor, la más renombrada de todas las creaciones de
Yavanna. En torno al destino de estos árboles se entretejen todos los relatos de los Días
Antiguos.
Uno de ellos tenía hojas de color verde oscuro que por debajo eran como plata
resplandeciente, y de cada una de las innumerables flores caía un rocío continuo de luz
plateada, y la tierra de abajo se moteaba con la sombra de las hojas temblorosas. El otro
tenía hojas de color verde tierno, como el haya recién brotada, con bordes de oro refulgente.
Las flores se mecían en las ramas en racimos de fuegos amarillos, y cada una era como un
cuerno encendido que derramaba una lluvia dorada sobre el suelo; y de los capullos de este
árbol brotaba calor, y una gran luz. Telperion se llamó el uno en Valinor, y Silpion, y
Ninquelótë y tuvo muchos otros nombres; pero Laurelin fue el otro, y también Malinalda, y
Culúrien, y le dieron además muchos nombres en los cantos.
En siete horas la gloria de cada árbol alcanzaba su plenitud y menguaba otra vez en nada;
y cada cual despertaba una vez más a la vida una hora antes de que el otro dejara de brillar.
Así en Valinor dos veces al día había una hora dulce de luz más suave cuando los dos árboles
eran más débiles y los rayos de oro y de plata se mezclaban. Telperion era el mayor de los
árboles y el primero en desarrollarse y florecer; y esa primera hora en que resplandecía –el
fulgor blanco de un amanecer de plata– los Valar no la incluyeron en el compuesto de las
horas, pero le dieron el nombre de Hora de Apertura, y a partir de ella contaron las edades del
reino de Valinor. Por tanto a la sexta hora en ese Primer Día, y en todos los días gozosos que
siguieron, hasta el Oscurecimiento de Valinor, concluía el tiempo de floración de Telperion; y a
la hora duodécima dejaba de florecer Laurelin. Y cada día de los Valar en Aman tenía doce
horas, y terminaba con la segunda mezcla de las luces, en la que Laurelin menguaba, pero
Telperion crecía. Sin embargo, la luz que los árboles esparcían duraba un tiempo antes de que
fuera arrebatada en el aire o se hundiera en la tierra; y Varda atesoraba los rocíos de
Telperion y la lluvia que caía de Laurelin en grandes tinas como lagos resplandecientes, que
eran para toda la tierra de los Valar como fuentes de agua y de luz. Así empezaron los Días de
la Bendición de Valinor, y así empezó también la Cuenta del Tiempo.
Pero mientras las edades avanzaban hacia la hora señalada por Ilúvatar para la venida de los
Primeros Nacidos, la Tierra Media yacía en una luz crepuscular bajo las estrellas que Varda
había forjado en edades olvidadas cuando trabajaba en Eä. Y en las tinieblas vivía Melkor y
aún andaba con frecuencia por el mundo, en múltiples formas poderosas y aterradoras, y
esgrimía el frío y el fuego, desde las cumbres de las montañas a los profundos hornos que
están debajo; y cualquier cosa que fuese cruel o violenta o mortal era en esos días obra de
Melkor.
Pocas veces venían los Valar por encima de las montañas a la Tierra Media, dejando atrás
la belleza y la beatitud de Valinor, pero cuidaban y amaban los territorios de más allá de las
Pelóri. Y en medio del Reino Bendecido se levantaban las mansiones de Aulë, y allí trabajó él
largo tiempo. Porque en la hechura de todas las cosas de esa tierra Aulë tuvo parte principal e
hizo allí muchas obras hermosas y esbeltas, tanto abiertamente como en secreto. De él
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provienen la ciencia y el conocimiento de todas las cosas terrestres: sea la ciencia de los que
no hacen, pero intentan comprender lo que es, o la ciencia de los artesanos: el tejedor, el que
da forma a la madera y el que trabaja los metales; y también el labrador y el granjero,
aunque éstos y todos los que tratan con cosas que crecen y dan fruto se deben también a la
esposa de Aulë, Yavanna Kementári. Es a Aulë a quien se da el nombre de Amigo de los
Noldor, porque de él aprendieron mucho en días posteriores, y son ellos los má s hábiles de
entre los Elfos; y a su propio modo, de acuerdo con los dones que Ilúvatar les concedió,
añadieron mucho a sus enseñanzas, deleitándose en las lenguas y en los escritos, y en las
figuras del bordado, el dibujo y el tallado. Los Noldor fueron también los primeros que
consiguieron hacer gemas; y las más bellas de todas las gemas fueron los Silmarils, que se
han perdido.
Pero Manwë Súlimo, el más alto y sagrado de los Valar, instalado en los lindes de Aman, no
dejaba de pensar en las Tierras Exteriores. Porque el trono de Manwë se levantaba
majestuoso sobre el pináculo de Taniquetil, la más alta montaña del mundo, a orillas del mar.
Espíritus que tenían forma de halcones y águilas revoloteaban por las estancias del palacio; y
los ojos de Manwë podían ver hasta las profundidades del mar y horadar las cavernas ocultas
bajo la tierra. De este modo le traían noticias de casi todo cuanto ocurría en Arda; no obstante
había cosas ocultas aun para Manwë y los servidores de Manwë, porque donde Melkor se
ensimismaba en negros pensamientos, las sombras eran impenetrables. Manwë no concibe
ningún pensamiento que sirva a su propio honor y no tiene celos del poder de Melkor, sino que
lo gobierna todo en paz. De entre todos los Elfos, amaba más a los Vanyar, y de él recibieron
la poesía y el canto; pues la poesía es el deleite de Manwë, y el canto con palabras es la
música que prefiere. El vestido de Manwë es azul, y azul el fuego de sus ojos, y su cetro es de
zafiro, que los Noldor labraron para él, y fue designado Para ser el vicerregente de Ilúvatar,
Rey del mundo de los Valar y los Elfos y los Hombres, y principal defensa contra el mal de
Melkor. Con Manwë moraba Varda, quien en lengua Sindarin es llamada Elbereth, Reina de los
Valar, hacedora de las estrellas; y con ellos había una vasta hueste de espíritus
bienaventurados.
Pero Ulmo se encontraba solo, y no moraba en Valinor, y ni siquiera iba allí excepto cuando
se celebraba un gran consejo; vivió desde el principio de Arda en el Océano Exterior, y allí vive
todavía. Desde allí gobierna el flujo de todas las aguas, y las mareas, el curso de los ríos y la
renovación de las fuentes, y la destilación de todos los rocíos y lluvias en las tierras que se
extienden bajo el cielo. En los sitios profundos concibe una música grande y terrible, y el eco
de esa música corre por todas las venas del mundo en dolor y alegría; porque si alegre es la
fuente que se alza a sol, el agua nace en pozos de dolor insondable en los cimientos de la
Tierra. Los Teleri aprendieron mucho de Ulmo, y por esta razón su música tiene a la vez
tristeza y encantamiento. Junto con él llegó Salmar a Arda, el que hizo los cuernos de Ulmo,
aquellos que nadie puede olvidar si los ha oído una vez; también Ossë y Uinen, a los que dio
el gobierno de las ola s y los movimientos de los Mares Interiores, y además muchos otros
espíritus. Y así fue por el poder de Ulmo que aun bajo las tinieblas de Melkor fluyó la vida por
muchas vías secretas, y la Tierra no murió; y para aquellos que andaban perdidos en esas
tinieblas o lejos de la luz de los Valar, estaban siempre abiertos los oídos de Ulmo, y tampoco
ha olvidado la Tierra Media; y no ha dejado de pensar en cualquier ruina o cambio que haya
sobrevenido desde entonces, y así lo hará hasta el fin de los días.
Y en ese tiempo de oscuridad tampoco Yavanna estaba dispuesta a abandonar por completo
las Tierras Exteriores; pues todas las cosas que crecen le son caras, y se lamentaba por las
obras que había iniciado en la Tierra Media, y que Melkor había dañado. Por tanto,
abandonando la casa de Aulë y los prados floridos de Valinor, iba a veces a curar las heridas
abiertas por Melkor; y al volver instaba siempre a los Valar a enfrentar el maligno dominio de
Melkor, en una guerra que tendrían que librar sin duda antes del advenimiento de los Primeros
Nacidos. Y Oromë, domador de bestias, también cabalgaba de vez en cuando por la oscuridad
de los bosques; llegaba como poderoso cazador, con el arco y las flechas, persiguiendo a
muerte a los monstruos y criaturas salvajes del reino de Melkor, y su caballo blanco Nahar,
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brillaba como plata en las sombras. Entonces la tierra adormecida temblaba con el repiqueteo
de los cascos dorados, y en el crepúsculo matinal del mundo Oromë hacía sonar el gran
cuerno, el Valaróma, sobre los llanos de Arda; las montañas le respondían con ecos
prolongados, y las sombras del mal huían, y el mismo Melkor se encogía en Utumno
anticipando la cólera por venir. Pero Oromë no había acabado de pasar y ya los sirvientes de
Melkor se reagrupaban; y las tierras se cubrían de sombras y engaños.
Ahora bien, todo se ha dicho de cómo fueron la Tierra y sus gobernantes en el comienzo de los
días, antes de que el mundo apareciese como los Hijos de Ilúvatar lo conocieron. Porque los
Elfos y los Hombres son Hijos de Ilúvatar; y como no habían entendido enteramente ese tema
por el que los Hijos entraron en la Música, ninguno de los Ainur se atrevió a agregarle nada.
Por esa razón los Valar son los mayores y los cabecillas de ese linaje antes que sus amos, y si
en el trato con los Elfos y los Hombres, los Ainur han intentado forzarlos en alguna ocasión,
cuando ellos no tenían guía, rara vez ha resultado nada bueno, por buena que fuera la
intención. En verdad los Ainur tuvieron trato sobre todo con los Elfos, porque Ilúvatar los hizo
más semejantes en naturaleza a los Ainur, aunque menores en fuerza y estatura; mientras
que a los Hombres les dio extraños dones.
Pues se dice que después de la partida de los Valar, hubo silencio, y durante toda una edad
Ilúvatar estuvo solo, pensando. Luego habló y dijo: –¡He aquí que amo a la Tierra, que será la
mansión de los Quendi y los Atani! Pero los Quendi serán los más hermosos de todas las
criaturas terrenas, y tendrán y concebirán y producirán más belleza que todos mis Hijos, y de
ellos será la mayor buenaventura en este mundo. Pero a los Atani les daré un nuevo don.
Por tanto quiso que los corazones de los Hombres buscaran siempre más allá y no
encontraran reposo en el mundo; pero tendrían en cambio el poder de modelar sus propias
vidas, entre las fuerzas y los azares mundanos, más allá de la Música de los Ainur, que es
como el destino para toda otra criatura; y por obra de los Hombres todo habría de
completarse, en forma y acto, hasta en lo último y lo más pequeño.
Pero Ilúvatar sabía que los Hombres, arrojados al torbellino de los poderes del mundo, se
extraviarían a menudo y no utilizarían sus dones en armonía; y dijo: –También ellos sabrán,
llegado el momento, que todo cuanto hagan contribuirá al fin sólo a la gloria de mi obra.
Creen los Elfos, sin embargo, que los Hombres son a menudo motivo de dolor para Manwë,
que conoce mejor que otros la mente de Ilúvatar; pues les parece a los Elfos que los Hombres
se asemejan a Melkor más que a ningún otro Ainur, aunque él los ha temido y los ha odiado
siempre, aun a aquellos que le servían.
Uno y el mismo es este don de la libertad concedido a los hijos de los Hombres: que sólo
estén vivos en el mundo un breve lapso, y que no estén atados a él, y que partan pronto; a
dónde, los Elfos no lo saben. Mientras que los Elfos permanecerán en el mundo hasta el fin de
los días, y su amor por la Tierra y por todo es así más singular y profundo, y más
desconsolado a medida que los años se alargan. Porque los Elfos no mueren hasta que no
muere el mundo, a no ser que los maten o los consuma la pena (y a estas dos muertes
aparentes están sometidos); tampoco la edad les quita fuerzas, a no ser que uno se canse de
diez mil centurias; y al morir se reúnen en las estancias de Mandos, en Valinor, de donde
pueden retornar llegado el momento. Pero los hijos de los Hombres mueren en verdad, y
abandonan el mundo; por lo que se los llama los Huéspedes o los Forasteros. La Muerte es su
destino, el don de Ilúvatar, que hasta los mismos Poderes envidiarán con el paso del Tiempo.
Pero Melkor ha arrojado su sombra sobre ella, y la ha confundido con las tinieblas, y ha hecho brotar el mal del bien, y el miedo de la esperanza. No obstante, ya desde hace mucho los
Valar declararon a los Elfos que los Hombres se unirán a la Segunda Música de los Ainur;
mientras que Ilúvatar no ha revelado qué les reserva a los Elfos después de que el Mundo
acabe, y Melkor no lo ha descubierto.
La historia de los Silmarils
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DEL PRINCIPIO DE LOS DÍAS
Se dice entre los sabios que la Primera Guerra estalló antes de que Arda estuviera del todo
acabada, y antes de que nada creciera o anduviera sobre la Tierra; y durante mucho tiempo
Melkor tuvo la mejor parte. Pero en medio de la guerra, un espíritu de gran fuerza y osadía
acudió en ayuda de los Valar habiendo oído en el cielo lejano que se libraba una batalla en el
Pequeño Reino; y el sonido de su risa llenó toda Arda. Así llegó Tulkas el Fuerte, cuya furia
pasa como un viento poderoso, esparciendo nubes y oscuridad por delante; y la risa y la
cólera de Tulkas ahuyentaron a Melkor, que abandonó Arda, y durante mucho tiempo hubo
paz. Y Tulkas se quedó y se convirtió en uno de los Valar del Reino de Arda; pero Melkor
meditaba en las tinieblas exteriores y desde entonces odió para siempre a Tulkas.
En ese entonces los Valar trajeron orden a los mares y las tierras y las montañas, y
Yavanna plantó por fin las semillas que tenía preparadas tiempo atrás. Y desde entonces,
cuando los fuegos fueron sometidos o sepultados bajo las colinas primigenias, hubo necesidad
de luz, y Aulë, por ruego de Yavanna, construyó dos lámparas poderosas para iluminar la
Tierra Media que él había puesto entre los mares circundantes. Entonces Varda llenó las
lámparas y Manwë las consagró, y los Valar las colocaron sobre altos pilares, más altos que
cualquiera de las montañas de días posteriores. Levantaron una de las lámparas cerca del
norte de la Tierra Media y le dieron el nombre de Illuin; y la otra la levantaron en el sur, y le
dieron el nombre de Ormal, y la luz de las Lámparas de los Valar fluyó sobre la Tierra, de
manera que todo quedó iluminado como si estuviera en un día inmutable.
Entonces las semillas que Yavanna había sembrado empezaron a brotar y a germinar con
prontitud, y apareció una multitud de cosas que crecían, grandes y pequeñas, musgos y
hierbas y grandes helechos, y árboles con copas coronadas de nubes, como montañas
vivientes, pero con los pies envueltos en un crepúsculo verde. Y acudieron bestias y moraron
en las llanuras herbosas, o en los ríos y los lagos, o se internaron en las sombras de los
bosques. Y sin embargo aún no había florecido ninguna flor, no había cantado ningún pájaro
porque estas cosas aguardaban aún en el seno de Yavanna a que les llegara el momento; pero
había gran riqueza en lo que ella concibiera, y en ningún sitio más abundante que en las
partes centrales del mundo, donde las luces de ambas lámparas se encontraban y se
mezclaban. Y allí, en la Isla de Almaren, en el Gran Lago, tuvieron su primera morada los
Valar, cuando todas las cosas eran aun jóvenes y el verde reciente maravillaba aún a los
hacedores; y durante mucho tiempo se sintieron complacidos.
Sucedió entonces que mientras los Valar descansaban de sus trabajos y contemplaban el
crecimiento y el desarrollo de las cosas que habían concebido e iniciado, Manwë ordenó que
hubiese una gran fiesta y los Valar y todas sus huestes acudieron a la llamada. Pero Aulë y
Tulkas se sentían cansados, pues la habilidad de uno y la fuerza del otro habían estado sin
cesar al servicio de todos mientras trabajaban. Y Melkor conocía todo lo que se había hecho,
ya que aún entonces tenía amigos y espías secretos entre los Maiar a quienes había convertido
a su propia causa y lejos, en la oscuridad, lo consumía el odio, pues tenía celos de la obra de
sus pares, a quienes deseaba someter. Por tanto convocó a los espíritus de los palacios de Eä
que él había pervertido para que le sirvieran, y se creyó fuerte. Y viendo que le negaba la
hora, volvió a acercarse a Arda, y la contempló, y ante la belleza de la Tierra en Primavera
sintió todavía mas odio.
Pues bien, los Valar estaban reunidos en Almaren sin sospechar mal alguno, y por causa de
la luz de Illuin no percibieron la sombra en el norte que desde lejos arrojaba Melkor; porque
se había vuelto oscuro como la Noche del Vacío. Y se canta que en la fiesta de la Primavera de
Arda, Tulkas desposó a Nessa, la hermana de Oromë, y ella bailó ante los Valar sobre la
hierba verde de Almaren.
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Luego Tulkas se echó a dormir, pues estaba cansado y satisfecho, y Melkor creyó que la
ocasión le era propicia. Y pasó con su ejército por sobre los Muros de la Noche y llegó a la
Tierra Media, lejos, al norte; y los Valar no lo advirtieron.
Entonces Melkor empezó a cavar, y construyó una vasta fortaleza muy hondo bajo la Tierra,
por debajo de las montañas oscuras donde los rayos de Illuin eran fríos y débiles. Esa
ciudadela recibió el nombre de Utumno. Y aunque los Valar aún no sabían nada de ella, la
maldad de Melkor y el daño de su odio brotaron desde allí alrededor y marchitaron la
Primavera de Arda. Las criaturas verdes enfermaron y se corrompieron, las malezas y el cieno
estrangularon los ríos; los helechos, rancios y ponzoñosos, se convirtieron en sitios donde
pululaban las moscas; y los bosques se hicieron peligrosos y oscuros, moradas del miedo, y
las bestias se transformaron en monstruos de cuerno y marfil, y tiñeron la tierra con sangre.
Entonces supieron los Valar, sin ninguna duda, que Melkor estaba actuando otra vez, y
buscaron su escondrijo. Pero Melkor, confiado en la fuerza de Utumno y en el poderío de sus
sirvientes, acudió de repente a la lucha, y asestó el primer golpe, antes de que los Valar
estuvieran preparados; y atacó las luces de Illuin y Ormal, derribó los pilares y quebró las
lámparas. En el derrumbe de los poderosos pilares, las tierras se abrieron y los mares se
levantaron en tumulto; y cuando las lámparas se derramaron unas llamas destructoras
avanzaron por la Tierra. Y la forma de Arda y la simetría de las aguas y tierras quedaron
entonces dañadas, de modo que los primeros proyectos de los Valar nunca fueron
restaurados.
En la confusión y la oscuridad Melkor huyó, aunque tuvo miedo, pues por encima del
bramido de los mares oyó la voz de Manwë como un viento huracanado; y la tierra temblaba
bajo los pies de Tulkas. Pero llegó a Utumno antes de que Tulkas pudiera alcanzarlo; y allí se
quedó escondido. Y los Valar no pudieron someterlo en aquella ocasión, porque necesitaban de
casi todas sus fuerzas para apaciguar los tumultos de la Tierra y salvar de la ruina todo lo que
pudiera ser salvado de lo que habían hecho; y después temieron desgarrar otra vez la Tierra
en tanto no supieran dónde moraban los Hijos de Ilúvatar que aún habrían de venir en un
tiempo que a los Valar les estaba oculto.
Así llegó a su fin la Primavera de Arda. La morada de los Valar en Almaren quedó por
completo destruida, y no tuvieron sitio donde vivir sobre la faz de la Tierra. Por tanto
abandonaron la Tierra Media y fueron a la Tierra de Aman, el más occidental de todos los
territorios sobre el filo del mundo; pues las costas occidentales miraban al Mar Exterior, que
los Elfos llamaban Ekkaia, y que circunda el Reino de Arda. Cuán ancho es ese mar, sólo los
Valar lo saben; y más allá de él se encuentran los Muros de la Noche. Pero las costas
orientales de Aman eran el extremo de Belegaer, el Gran Mar del Occidente, y como Melkor
había vuelto a la Tierra Media y aún no podían someterlo, los Valar fortificaron sus propias
moradas, y en las costas del mar levantaron las Pelóri, las Montañas de Aman, las más altas
de la Tierra. Y sobre todas las montañas de Pelóri, se alzaba la altura en cuya cima puso
Manwë su trono. Taniquetil llaman los Elfos a esa montaña sagrada y Oiolossë de Blancura
Sempiterna, y Elerrína Coronada de Estrellas, y con muchos otros nombres pero en la lengua
tardía de los Sindar se la llamaba Amon Uilos. Desde los palacios de Taniquetil, Manwë y
Varda podían ver a través de la Tierra hasta los confines más extremos del Este.
Detrás de los muros de las Pelóri, los Valar se establecieron en esa región que llamaban
Valinor; y allí tenían casas, jardines y torres. En aquella tierra protegida acumularon grandes
caudales de luz y las cosas más bellas que se salvaron de la ruina; y muchas otras aún más
bellas las hicieron de nuevo, y Valinor fue todavía más hermosa que la Tierra Media en la
Primavera de Arda; y fue bendecida, porque los Inmortales vivían allí, y allí nada se
deterioraba ni marchitaba, ni había mácula en las flores o en las hojas de esa tierra, ni
corrupción o enfermedad en nada de lo que allí vivía; porque aun las mismas piedras y las
aguas estaban consagradas.
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Y cuando Valinor estuvo acabada y establecidas las mansiones de los Valar, en medio de la
llanura de más allá de los montes edificaron su ciudad, Valmar, la de muchas campanas. Ante
el portal occidental había un montículo verde, Ezellohar, llamado también Corollairë; y
Yavanna lo consagró, y se sentó allí largo tiempo sobre la hierba verde y entonó un canto de
poder en el que puso todo lo que pensaba de las cosas que crecen en la tierra. Pero Nienna
reflexionó en silencio y regó el montículo con lágrimas. En esa ocasión los Valar estaban todos
reunidos para escuchar el canto de Yavanna, sentados en los tronos del consejo en el
Máhanaxar, en el Anillo del Juicio, cerca de los portones dorados de Valmar; y Yavanna
Kementári cantó delante de ellos, que la observaban.
Y mientras observaban, en el montículo nacieron dos esbeltos brotes; y el silencio cubría el
mundo entero a esa hora y no se oía ningún otro sonido que la voz de Yavanna. Bajo su canto
los brotes crecieron y se hicieron hermosos y altos, y florecieron; y de este modo despertaron
en el mundo los Dos Árboles de Valinor, la más renombrada de todas las creaciones de
Yavanna. En torno al destino de estos árboles se entretejen todos los relatos de los Días
Antiguos.
Uno de ellos tenía hojas de color verde oscuro que por debajo eran como plata
resplandeciente, y de cada una de las innumerables flores caía un rocío continuo de luz
plateada, y la tierra de abajo se moteaba con la sombra de las hojas temblorosas. El otro
tenía hojas de color verde tierno, como el haya recién brotada, con bordes de oro refulgente.
Las flores se mecían en las ramas en racimos de fuegos amarillos, y cada una era como un
cuerno encendido que derramaba una lluvia dorada sobre el suelo; y de los capullos de este
árbol brotaba calor, y una gran luz. Telperion se llamó el uno en Valinor, y Silpion, y
Ninquelótë y tuvo muchos otros nombres; pero Laurelin fue el otro, y también Malinalda, y
Culúrien, y le dieron además muchos nombres en los cantos.
En siete horas la gloria de cada árbol alcanzaba su plenitud y menguaba otra vez en nada;
y cada cual despertaba una vez más a la vida una hora antes de que el otro dejara de brillar.
Así en Valinor dos veces al día había una hora dulce de luz más suave cuando los dos árboles
eran más débiles y los rayos de oro y de plata se mezclaban. Telperion era el mayor de los
árboles y el primero en desarrollarse y florecer; y esa primera hora en que resplandecía –el
fulgor blanco de un amanecer de plata– los Valar no la incluyeron en el compuesto de las
horas, pero le dieron el nombre de Hora de Apertura, y a partir de ella contaron las edades del
reino de Valinor. Por tanto a la sexta hora en ese Primer Día, y en todos los días gozosos que
siguieron, hasta el Oscurecimiento de Valinor, concluía el tiempo de floración de Telperion; y a
la hora duodécima dejaba de florecer Laurelin. Y cada día de los Valar en Aman tenía doce
horas, y terminaba con la segunda mezcla de las luces, en la que Laurelin menguaba, pero
Telperion crecía. Sin embargo, la luz que los árboles esparcían duraba un tiempo antes de que
fuera arrebatada en el aire o se hundiera en la tierra; y Varda atesoraba los rocíos de
Telperion y la lluvia que caía de Laurelin en grandes tinas como lagos resplandecientes, que
eran para toda la tierra de los Valar como fuentes de agua y de luz. Así empezaron los Días de
la Bendición de Valinor, y así empezó también la Cuenta del Tiempo.
Pero mientras las edades avanzaban hacia la hora señalada por Ilúvatar para la venida de los
Primeros Nacidos, la Tierra Media yacía en una luz crepuscular bajo las estrellas que Varda
había forjado en edades olvidadas cuando trabajaba en Eä. Y en las tinieblas vivía Melkor y
aún andaba con frecuencia por el mundo, en múltiples formas poderosas y aterradoras, y
esgrimía el frío y el fuego, desde las cumbres de las montañas a los profundos hornos que
están debajo; y cualquier cosa que fuese cruel o violenta o mortal era en esos días obra de
Melkor.
Pocas veces venían los Valar por encima de las montañas a la Tierra Media, dejando atrás
la belleza y la beatitud de Valinor, pero cuidaban y amaban los territorios de más allá de las
Pelóri. Y en medio del Reino Bendecido se levantaban las mansiones de Aulë, y allí trabajó él
largo tiempo. Porque en la hechura de todas las cosas de esa tierra Aulë tuvo parte principal e
hizo allí muchas obras hermosas y esbeltas, tanto abiertamente como en secreto. De él
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provienen la ciencia y el conocimiento de todas las cosas terrestres: sea la ciencia de los que
no hacen, pero intentan comprender lo que es, o la ciencia de los artesanos: el tejedor, el que
da forma a la madera y el que trabaja los metales; y también el labrador y el granjero,
aunque éstos y todos los que tratan con cosas que crecen y dan fruto se deben también a la
esposa de Aulë, Yavanna Kementári. Es a Aulë a quien se da el nombre de Amigo de los
Noldor, porque de él aprendieron mucho en días posteriores, y son ellos los má s hábiles de
entre los Elfos; y a su propio modo, de acuerdo con los dones que Ilúvatar les concedió,
añadieron mucho a sus enseñanzas, deleitándose en las lenguas y en los escritos, y en las
figuras del bordado, el dibujo y el tallado. Los Noldor fueron también los primeros que
consiguieron hacer gemas; y las más bellas de todas las gemas fueron los Silmarils, que se
han perdido.
Pero Manwë Súlimo, el más alto y sagrado de los Valar, instalado en los lindes de Aman, no
dejaba de pensar en las Tierras Exteriores. Porque el trono de Manwë se levantaba
majestuoso sobre el pináculo de Taniquetil, la más alta montaña del mundo, a orillas del mar.
Espíritus que tenían forma de halcones y águilas revoloteaban por las estancias del palacio; y
los ojos de Manwë podían ver hasta las profundidades del mar y horadar las cavernas ocultas
bajo la tierra. De este modo le traían noticias de casi todo cuanto ocurría en Arda; no obstante
había cosas ocultas aun para Manwë y los servidores de Manwë, porque donde Melkor se
ensimismaba en negros pensamientos, las sombras eran impenetrables. Manwë no concibe
ningún pensamiento que sirva a su propio honor y no tiene celos del poder de Melkor, sino que
lo gobierna todo en paz. De entre todos los Elfos, amaba más a los Vanyar, y de él recibieron
la poesía y el canto; pues la poesía es el deleite de Manwë, y el canto con palabras es la
música que prefiere. El vestido de Manwë es azul, y azul el fuego de sus ojos, y su cetro es de
zafiro, que los Noldor labraron para él, y fue designado Para ser el vicerregente de Ilúvatar,
Rey del mundo de los Valar y los Elfos y los Hombres, y principal defensa contra el mal de
Melkor. Con Manwë moraba Varda, quien en lengua Sindarin es llamada Elbereth, Reina de los
Valar, hacedora de las estrellas; y con ellos había una vasta hueste de espíritus
bienaventurados.
Pero Ulmo se encontraba solo, y no moraba en Valinor, y ni siquiera iba allí excepto cuando
se celebraba un gran consejo; vivió desde el principio de Arda en el Océano Exterior, y allí vive
todavía. Desde allí gobierna el flujo de todas las aguas, y las mareas, el curso de los ríos y la
renovación de las fuentes, y la destilación de todos los rocíos y lluvias en las tierras que se
extienden bajo el cielo. En los sitios profundos concibe una música grande y terrible, y el eco
de esa música corre por todas las venas del mundo en dolor y alegría; porque si alegre es la
fuente que se alza a sol, el agua nace en pozos de dolor insondable en los cimientos de la
Tierra. Los Teleri aprendieron mucho de Ulmo, y por esta razón su música tiene a la vez
tristeza y encantamiento. Junto con él llegó Salmar a Arda, el que hizo los cuernos de Ulmo,
aquellos que nadie puede olvidar si los ha oído una vez; también Ossë y Uinen, a los que dio
el gobierno de las ola s y los movimientos de los Mares Interiores, y además muchos otros
espíritus. Y así fue por el poder de Ulmo que aun bajo las tinieblas de Melkor fluyó la vida por
muchas vías secretas, y la Tierra no murió; y para aquellos que andaban perdidos en esas
tinieblas o lejos de la luz de los Valar, estaban siempre abiertos los oídos de Ulmo, y tampoco
ha olvidado la Tierra Media; y no ha dejado de pensar en cualquier ruina o cambio que haya
sobrevenido desde entonces, y así lo hará hasta el fin de los días.
Y en ese tiempo de oscuridad tampoco Yavanna estaba dispuesta a abandonar por completo
las Tierras Exteriores; pues todas las cosas que crecen le son caras, y se lamentaba por las
obras que había iniciado en la Tierra Media, y que Melkor había dañado. Por tanto,
abandonando la casa de Aulë y los prados floridos de Valinor, iba a veces a curar las heridas
abiertas por Melkor; y al volver instaba siempre a los Valar a enfrentar el maligno dominio de
Melkor, en una guerra que tendrían que librar sin duda antes del advenimiento de los Primeros
Nacidos. Y Oromë, domador de bestias, también cabalgaba de vez en cuando por la oscuridad
de los bosques; llegaba como poderoso cazador, con el arco y las flechas, persiguiendo a
muerte a los monstruos y criaturas salvajes del reino de Melkor, y su caballo blanco Nahar,
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brillaba como plata en las sombras. Entonces la tierra adormecida temblaba con el repiqueteo
de los cascos dorados, y en el crepúsculo matinal del mundo Oromë hacía sonar el gran
cuerno, el Valaróma, sobre los llanos de Arda; las montañas le respondían con ecos
prolongados, y las sombras del mal huían, y el mismo Melkor se encogía en Utumno
anticipando la cólera por venir. Pero Oromë no había acabado de pasar y ya los sirvientes de
Melkor se reagrupaban; y las tierras se cubrían de sombras y engaños.
Ahora bien, todo se ha dicho de cómo fueron la Tierra y sus gobernantes en el comienzo de los
días, antes de que el mundo apareciese como los Hijos de Ilúvatar lo conocieron. Porque los
Elfos y los Hombres son Hijos de Ilúvatar; y como no habían entendido enteramente ese tema
por el que los Hijos entraron en la Música, ninguno de los Ainur se atrevió a agregarle nada.
Por esa razón los Valar son los mayores y los cabecillas de ese linaje antes que sus amos, y si
en el trato con los Elfos y los Hombres, los Ainur han intentado forzarlos en alguna ocasión,
cuando ellos no tenían guía, rara vez ha resultado nada bueno, por buena que fuera la
intención. En verdad los Ainur tuvieron trato sobre todo con los Elfos, porque Ilúvatar los hizo
más semejantes en naturaleza a los Ainur, aunque menores en fuerza y estatura; mientras
que a los Hombres les dio extraños dones.
Pues se dice que después de la partida de los Valar, hubo silencio, y durante toda una edad
Ilúvatar estuvo solo, pensando. Luego habló y dijo: –¡He aquí que amo a la Tierra, que será la
mansión de los Quendi y los Atani! Pero los Quendi serán los más hermosos de todas las
criaturas terrenas, y tendrán y concebirán y producirán más belleza que todos mis Hijos, y de
ellos será la mayor buenaventura en este mundo. Pero a los Atani les daré un nuevo don.
Por tanto quiso que los corazones de los Hombres buscaran siempre más allá y no
encontraran reposo en el mundo; pero tendrían en cambio el poder de modelar sus propias
vidas, entre las fuerzas y los azares mundanos, más allá de la Música de los Ainur, que es
como el destino para toda otra criatura; y por obra de los Hombres todo habría de
completarse, en forma y acto, hasta en lo último y lo más pequeño.
Pero Ilúvatar sabía que los Hombres, arrojados al torbellino de los poderes del mundo, se
extraviarían a menudo y no utilizarían sus dones en armonía; y dijo: –También ellos sabrán,
llegado el momento, que todo cuanto hagan contribuirá al fin sólo a la gloria de mi obra.
Creen los Elfos, sin embargo, que los Hombres son a menudo motivo de dolor para Manwë,
que conoce mejor que otros la mente de Ilúvatar; pues les parece a los Elfos que los Hombres
se asemejan a Melkor más que a ningún otro Ainur, aunque él los ha temido y los ha odiado
siempre, aun a aquellos que le servían.
Uno y el mismo es este don de la libertad concedido a los hijos de los Hombres: que sólo
estén vivos en el mundo un breve lapso, y que no estén atados a él, y que partan pronto; a
dónde, los Elfos no lo saben. Mientras que los Elfos permanecerán en el mundo hasta el fin de
los días, y su amor por la Tierra y por todo es así más singular y profundo, y más
desconsolado a medida que los años se alargan. Porque los Elfos no mueren hasta que no
muere el mundo, a no ser que los maten o los consuma la pena (y a estas dos muertes
aparentes están sometidos); tampoco la edad les quita fuerzas, a no ser que uno se canse de
diez mil centurias; y al morir se reúnen en las estancias de Mandos, en Valinor, de donde
pueden retornar llegado el momento. Pero los hijos de los Hombres mueren en verdad, y
abandonan el mundo; por lo que se los llama los Huéspedes o los Forasteros. La Muerte es su
destino, el don de Ilúvatar, que hasta los mismos Poderes envidiarán con el paso del Tiempo.
Pero Melkor ha arrojado su sombra sobre ella, y la ha confundido con las tinieblas, y ha hecho brotar el mal del bien, y el miedo de la esperanza. No obstante, ya desde hace mucho los
Valar declararon a los Elfos que los Hombres se unirán a la Segunda Música de los Ainur;
mientras que Ilúvatar no ha revelado qué les reserva a los Elfos después de que el Mundo
acabe, y Melkor no lo ha descubierto.