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5 de septiembre de 2008

GUIA PARA EL CONOCIMIENTO DE SI MISMO, 7ª Meditación


Continuamos con el genial Rudolf Steiner:
SEPTIMA MEDITACION
En la que se intenta formarse una Idea del Carácter de la Experiencia en los Mundos Suprasensibles
Las experiencias que indicamos ser necesarias para el alma, si quiere penetrar en los mundos suprasensibles, pueden parecer aterradoras para muchas personas. Estas pueden decir que no sabrían lo que les ocurriría si se aventuraran en esa jornada o cómo se las arreglarían para soportarla. Bajo la influencia de este sentimiento es fácil hacerse la opinión de que es mejor no emprender artificialmente el desarrollo del alma, sometiéndose en cambio tranquilamente a la dirección de la que el alma permanece inconsciente, esperando su efecto en el futuro sobre la vida interna de la humanidad.
Sin embargo, este pensamiento debe ser reprimido por toda persona capaz de convertir en poder viviente dentro de sí el pensamiento de que es natural en el hombre el progreso, y que si no se prestara atención a estas cosas, significaría simplemente paralizar ciertas fuerzas en el alma que están esperando ser desarrolladas, las fuerzas del autodesenvolvimiento están presentes en toda alma humana, y ni una sola de ellas dejará de responder al estímulo de desarrollarlas, si en una forma u otra puede aprender algo acerca de estos poderes y su importancia.
Además, nadie se dejará aterrorizar por la ascensión a los mundos superiores, salvo que de antemano haya adoptado una falsa posición respecto al proceso por el que tiene que pasar. Este proceso ha sido descrito en las precedentes meditaciones. Y si hay que expresarlo en palabras que, naturalmente, han tenido que ser tomadas de la existencia humana ordinaria, sólo puede ser expresado en esa forma. Porque las experiencias en el sendero del conocimiento suprasensible, están relacionadas con el alma humana en tal forma que son exactamente similares a lo que, por ejemplo, un fuerte sentimiento de soledad, una sensación de estar flotando sobre un abismo, o algo parecido, puedan significar para el alma del hombre. El experimentar estos sentimientos y sensaciones produce los poderes necesarios para andar por el sendero del conocimiento.
Son los gérmenes de los frutos del conocimiento suprasensible. Todas estas experiencias, en cierto sentido, llevan algo en ellas que está oculto muy profundamente en ellas mismas. Cuando son experimentadas, este elemento oculto es llevado a un estado de elevada tensión, y entonces algo hace surgir el sentimiento de soledad, que envuelve a este “algo” oculto como un velo y luego penetra y empuja la vida del alma como un nuevo medio de conocimiento.
Sin embargo, debe uno tomar en cuenta que cuando se penetra en el verdadero sendero, algo más se presenta en seguida tras toda esa experiencia.
Cuando la una ha ocurrido, la otra no puede dejar de presentarse. Cuando algo tiene que ser soportado, aparece inmediatamente el poder de soportarlo firmemente, si reflexionamos con calma sobre este poder y también si nos tomamos el tiempo necesario para tomar nota de aquello que quiere manifestarse en el alma. Cuando algo penoso aparece, y cuando al mismo tiempo existe un sentimiento seguro en el alma de que pueden encontrarse fuerzas que harán el sufrimiento llevadero, y con las cuales nos podemos relacionar, nos es posible adoptar una actitud tal hacia esas experiencias (que serían insoportables en el curso de la vida ordinaria) que más bien nos colocan en situación de espectadores de nuestras propias experiencias. Y es así como las personas que en su camino hacia el conocimiento suprasensible pasan por muchas subas y bajas de grandes oleadas de sentimiento, demuestran sin embargo una perfecta ecuanimidad en su vida ordinaria.
Es por supuesto muy posible que las experiencias internas reaccionen sobre el estado de la mente en nuestra vida externa en el mundo físico, de tal manera que por un tiempo no podamos estar en armonía con nosotros mismos y con la vida en la forma en que nos era posible hacerlo antes de que entráramos en el sendero.
Y entonces nos veremos obligados a extraer de lo que ya ha sido obtenido dentro de nosotros mismos, tantas fuerzas como nos hagan falta para encontrar de nuevo nuestro equilibrio. Y si se sigue el sendero del conocimiento debidamente, no hay situación ninguna en la vida en que esto no sea posible.
El mejor sendero hacia el conocimiento será siempre el que conduzca al mundo suprasensible mediante el fortalecimiento y condensación de la vida del alma basado en meditaciones internas, durante las cuales se retengan en la mente ciertos pensamientos o sentimientos. En este caso no se trata de experimentar un pensamiento o una emoción como de costumbre en el mundo físico; sino que el punto es vivir enteramente con y dentro del pensamiento o emoción, concentrando todos los poderes de nuestra alma en él, de manera que llene la conciencia por completo durante el tiempo en que así nos retraemos. Pensamos, por ejemplo, en un pensamiento que ha dado al alma alguna convicción de cualquier clase. Dejemos a un lado todo poder de convicción que pueda tener, y vivamos en él una y otra vez hasta convertirnos en uno con él.
No es necesario que este pensamiento sea de cosas pertenecientes a los mundos superiores, aunque un pensamiento así sería más efectivo. Para esta meditación interna podemos usar un pensamiento tomado de la experiencia ordinaria. Por ejemplo, las emociones que representan resoluciones de amor altruista, y que seamos capaces de encender en nosotros hasta el más elevado grado de calor y de sincera experiencia humana, son muy fructíferas.
También son muy efectivas, especialmente por lo que toca al conocimiento, las representaciones simbólicas, bien sean obtenidas directamente de la vida, o aceptadas por consejo de ciertas personas que puedan ser expertas en la materia, porque conocen la efectividad de los medios empleados. de acuerdo con lo que ellas mismas hayan obtenido de ellos.
Mediante estas meditaciones, que deben convertirse en un hábito, mas aún, en una necesidad de la vida, de la misma manera que respirar es necesario para la vida del cuerpo, concentraremos los poderes del alma, y mediante la concentración los fortaleceremos. Solamente es necesario que durante el tiempo de meditación interior permanezcamos en un estado tal que ni las impresiones exteriores de los sentidos, ni ningún recuerdo de ellas influyan en el alma.
Todos los recuerdos de lo que hayamos experimentado en nuestra vida ordinaria, todo lo que dé placer o dolor al alma, debe permanecer en silencio, de manera que el alma pueda abandonarse exclusivamente a lo que hayamos determinado que la ocupe. La capacidad para adquirir el conocimiento suprasensible sólo se desarrolla legítimamente con lo que hayamos logrado en esta forma, mediante la meditación interna, el contenido y forma de la cual han sido fijados por nuestra propia alma.
El punto importante no es la fuente de donde hayamos derivado el objeto de la meditación; podemos tomar el sujeto de un perito en estas materias, o bien de las obras escritas sobre ciencia espiritual; lo que importa es hacer de su substancia una experiencia íntima de nuestra propia vida y no elegirlo de entre los pensamientos que puedan surgir en nuestra propia alma, o de las cosas que nos sentimos inclinados a considerar como el mejor objeto para la meditación.
Tal objeto tiene poco poder, porque el alma ya está familiarizada con él, y por lo tanto no puede hacer el esfuerzo necesario para unificarse con él. Porque es al hacer este esfuerzo como se encuentran los medios efectivos para adquirir las facultades del conocimiento suprasensible, y no en el hecho de unificarse con la substancia de la meditación en sí.
También podemos llegar a la visión suprasensible en otras formas. Hay personas que pueden llegar a una ferviente meditación e íntima experiencia interna por razón de su propia constitución. Y así pueden liberar poderes para adquirir conocimiento suprasensible en su propia alma. Esos poderes pueden manifestarse súbitamente por sí mismos en almas que no parecen absolutamente predestinadas a esas experiencias. La vida suprasensible del alma puede despertar en las formas más variadas; pero sólo podemos llegar a una experiencia, de la que seamos dueños como lo somos en nuestra vida ordinaria, sin andamos por el sendero del conocimiento aquí descrito. Cualquier otra irrupción del mundo suprasensible en las experiencias del alma significarán que esas experiencias han entrado en ella a la fuerza, y la persona en cuestión o bien se perderá en ellas, o quedará a merced de cualquier engaño concebible por lo que toca a su valor, su verdadero significado y su importancia en el mundo suprasensible real.
Es sumamente importante tener bien en cuenta que en el sendero hacia el conocimiento suprasensible el alma cambia. Puede muy bien suceder que en la vida ordinaria en el mundo físico, uno no tenga la menor inclinación a caer en ilusiones o engaños, pero que al entrar en el mundo suprasensible caiga víctima de esas ilusiones o engaños en la forma más tonta y crédula. Puede también ocurrir que en el mundo físico tengamos un sano juicio y una buena intuición por la verdad y comprender que no debemos pensar solamente de una cosa o acontecimiento para satisfacer nuestro egoísmo, sino juzgarla correctamente; y, sin embargo, a pesar de esto, podemos llegar a no ver en el mundo suprasensible más que lo que satisfaga nuestro egoísmo.
Debemos recordar cómo este egoísmo colorea todo lo que miramos. Estamos observando solamente aquello a que nuestro egoísmo dirige su mirada de acuerdo con sus propias inclinaciones, aunque quizás no nos demos cuenta de que es el egoísmo el que está dirigiendo nuestra mirada espiritual. Y entonces será muy natural que tomemos lo que veamos por la verdad. Sólo podemos protegernos contra esta eventualidad si en el sendero hacia el conocimiento suprasensible, mediante un cuidadoso examen de nosotros mismos y un esfuerzo enérgico, desarrollamos cada vez más nuestra capacidad para discernir verdaderamente cuánto egoísmo se encuentra en nuestra propia alma y en qué sentidos se manifiesta. Sólo entonces podremos emanciparnos por grados de su tiranía si en nuestras meditaciones nos esforzamos sin descanso en poner ante nosotros la posibilidad de que nuestra alma esté, en talo cual respecto, bajo su dominio.
A la ilimitada movilidad del alma en los mundos superiores le corresponde aclarar en qué diferente manera reaccionan ciertas cualidades del alma sobre el mundo espiritual y en qué forma en el mundo físico. Esto se hace evidente cuando dirigimos nuestra atención a las cualidades morales del alma.
En el mundo físico hacemos la distinción entre las leyes de la Naturaleza y las de la moralidad. Cuando deseamos explicar los procesos naturales, no podemos hacer uso de ideas morales. Explicamos una planta ponzoñosa de acuerdo con las leyes naturales, pero no la condenamos moralmente por ser ponzoñosa. Comprendemos claramente que, con respecto al reino animal, sólo puede haber, en el mejor caso, algo parecido a moralidad, y que un juicio moral en el estricto sentido de la palabra no haría más que perturbar el asunto.
Sólo en las circunstancias de la vida humana, es cuando el juicio moral acerca del valor de la existencia comienza a ser de importancia. El hombre mismo basa su propio valor en este juicio cuando llega al punto en que puede juzgar imparcialmente. Sin embargo, nadie soñaría en considerar las leyes de la Naturaleza como idénticas o siquiera parecidas con las leyes morales, sin contempla la existencia física correctamente.
Tan pronto como entramos en los mundos superiores, todo esto cambia. Cuantos más espirituales son los mundos en que entramos, tanto más coinciden lo que pudiéramos llamar la ley natural y la ley moral. En el mundo físico, sabemos que sólo hablamos metafóricamente cuando decimos que una mala acción está quemando el alma. Sabemos muy bien que el fuego natural es una cosa completamente diferente. Pero esta distinción no existe en los mundos suprasensibles; porque allí el odio y la envidia son fuerzas que actúan de tal manera, que podemos denominar sus efectos como las “leyes naturales” de ese mundo.
El odio y la envidia producen aquí el efecto de que el ser odiado o envidiado reacciona sobre el que odia o envidia en una forma consumidora o ardiente de manera que se establecen así procesos destructivos que hieren a los seres espirituales. El amor obra en tal forma en los mundos espirituales que su efecto es como una irradiación de calor productivo y elevador.
Esto ya puede ser observado en el cuerpo elemental del hombre. Dentro del mundo de los sentidos, la mano que comete un acto inmoral debe ser explicada en su actividad de acuerdo con las leyes naturales, lo mismo que una mano que sólo sirviera a la moralidad. Pero ciertas partes elementales del hombre permanecen sin desarrollarse cuando no existen los correspondientes sentimientos morales.
Y debemos explicar la formación imperfecta de los órganos elementales por la imperfección de las cualidades morales, en la misma forma como los procesos naturales son explicados por la ley natural. Por otra parte, no debemos jamás deducir la conclusión de que debido a un desarrollo imperfecto de un órgano físico, la parte correspondiente del cuerpo elemental debe también estar imperfectamente desarrollada.
Debemos tener en cuenta que en los diferentes mundos prevalecen diferentes leyes. Una persona puede tener un órgano físico imperfectamente desarrollado, pero al mismo tiempo el órgano elemental correspondiente puede no sólo ser normalmente perfecto, sino mucho más perfecto que imperfecto está el físico.
En una forma muy significativa se presenta la diferencia entre los mundos suprasensible y físico en todo lo que concierne a las ideas de belleza y fealdad. La forma en que estas ideas se emplean en la existencia física pierde todo su significado tan pronto como entramos en los mundos suprasensibles.
Hermoso, por ejemplo, sólo puede ser llamado aquel ser que es capaz de comunicar todas sus experiencias internas a los otros seres de su mundo, de manera que éstos puedan tomar parte en la totalidad de su experiencia. La capacidad de manifestar todo lo que vive dentro de uno mismo, y de no tener que ocultar nada, puede ser llamado “hermoso” en los mundos superiores. Y en estos mundos este concepto de la belleza coincide completamente con la sinceridad sin reservas con la manifestación honrada y franca de todo lo que un ser lleva consigo. Y similarmente, puede llamarse feo al ser que no quiere mostrar externamente su propio contenido interno, y que retiene y oculta su propia experiencia de los otros seres con respecto a ciertas cualidades.
Este ser se retrae de su ambiente espiritual. Este concepto de la fealdad, coincide con el de manifestación falta de sinceridad de uno mismo. Mentir y ser feo son realidades que en los mundos espirituales son idénticas, de manera tal que un ser que parece feo es un ser engañoso.
Lo que en el mundo sensorial conocemos como deseos, también aparecen con un significado completamente diferente en el mundo espiritual. Los deseos que en el mundo físico surgen de la naturaleza interna del alma humana, no existen en el mundo espiritual. Lo que podrían llamarse deseos en ese mundo son causados por lo que se ve externamente. Un ser aquí que sienta no poseer cierta cualidad que debería tener contemplará otro ser que está dotado de esa cualidad. Además, no podrá impedir el tener a este otro ser siempre ante sí.
Así como en el mundo físico el ojo ve todo lo que naturalmente es visible, así también en el mundo suprasensible la falta de una cualidad siempre atrae a un ser a la vecindad de otro, cuyo ser está dotado de la cualidad en cuestión. Y la visión de este otro ser se convierte en un continuo reproche que actúa como una fuerza real alimentando en el ser que tiene ese defecto, el deseo de corregirse. Y esto es completamente diferente de un deseo en el mundo físico, porque en el mundo espiritual el libre albedrío no queda alterado por esas circunstancias. Un ser puede oponerse a eso que la vista de algo podría evocar dentro de sí. Y entonces lograría gradualmente ser separado de su modelo.
La consecuencia, sin embargo, sería que el ser que así se oponga a su modelo, iría a parar a mundos en que las condiciones de la existencia serían peores que las que hubiera tenido en el mundo a que en cierto sentido estaba predestinado.
Todo esto muestra al alma que su mundo de conceptos debe transformarse cuando penetra en los reinos suprasensibles. Las ideas deben cambiar y ampliarse, uniéndose con otras si queremos describir los mundos suprasensibles correctamente. Esta es la razón por la que las descripciones de los mundos suprasensibles dadas en términos del mundo físico, sin ninguna alteración, son siempre insatisfactorias. Podemos comprender que es el resultado de un sentimiento humano normal, si usamos en el mundo físico, más o menos simbólicamente o como de aplicación inmediata, ideas que sólo adquieren su plena significación con respecto a los mundos suprasensibles.
Y así es como podemos sentir realmente como feo el mentir, pero al comparar el carácter de esta idea en el mundo suprasensible, se encontrará que el uso de esas palabras en el mundo físico es sólo una reflexión, resultando esto del hecho de que todos los diferentes mundos están relacionados unos con otros, y estas relaciones las percibimos vaga e inconscientemente en el mundo físico. Sin embargo, debemos tener presente que en el mundo físico una mentira, que sentimos es fea, no es necesariamente fea en su apariencia exterior, y crearíamos sólo confusión si quisiéramos explicar la fealdad en el mundo físico como el resultado de la falsedad. No obstante, en el mundo suprasensible, todo lo falso, visto bajo su verdadera luz, nos hace la impresión de ser de apariencia fea.
Y nuevamente aquí hay que guardarse contra posibles engaños. El alma puede encontrar en el mundo suprasensible un ser que pueda ser caracterizado como maligno, aunque se manifieste en una forma que debiéramos llamar hermosa, de acuerdo con las ideas de belleza que traemos del mundo físico.
Y en tal caso no nos será posible juzgarlo correctamente antes de que hayamos penetrado en el corazón del ser en cuestión. Y entonces descubriremos que la “hermosa” manifestación era sólo una máscara que no armonizaba con la naturaleza del ser, y que eso que creíamos hermoso, de acuerdo con las ideas que traíamos del mundo físico, impresiona nuestra mente con fuerza particular, como feo.
Y tan pronto como esto ocurra el ser maligno ya no podrá engañarnos más con su “belleza”, y tendrá que revelarse en su debida forma, que sólo puede ser una expresión imperfecta de lo que está dentro. Este fenómeno del mundo suprasensible pone en evidencia cómo tienen que ser transformados los conceptos humanos cuando entramos en ese mundo.