CONTACTO

1 de noviembre de 2008

La oscuridad y los anillos de poder.



Querido lectores nos acercamos  al final del tema, de tal modo que todos podamos manejar los elementos que nos permitirán apreciar y comprender el manejo de la oscuridad sobre nosotros aún hasta nuestros días.

Termina el Quenta Silmarillion de la siguiente forma:

"Pero a Morgoth los Valar lo arrojaron por la Puerta de la Noche, más allá de los Muros del
Mundo, al Vacío Intemporal; y sobre esos muros hay siempre una guardia, y Eärendil vigila
desde los bastiones del cielo. No obstante, las mentiras que Melkor el poderoso y maldito,
Morgoth Bauglir, el Poder del Terror y del Odio, sembró en el corazón de los Elfos y de los
Hombres, son una semilla que no muere y no puede destruirse; y de vez en cuando termina
de nuevo; y dará negro fruto aun hasta los últimos días.

Aquí concluye el SILMARILLION. Si ha pasado desde la altura y la belleza a la oscuridad y la
ruina, ése era desde hace mucho el destino de Arda Maculada: y si un cambio sobreviene y la
maculación se remedia, Manwë y Varda lo saben; pero no lo han revelado y no esta declarado
en los juicios de Mandos"

             Después de esto hay dos relatos más. El que lo sigue se llama Akallabeth y termina con el que copio íntegramente sobre los anillos de poder. Les copio  unos  párrafos de Akallabeth, puesto que es interesante ya que tiene que ver con la caída de Adán y Eva:

".....Y Sauron acudió. Desde su poderosa torre de Barad-dûr acudió, pero no a combatir. Porque
advirtió que el poder y La majestad de los Reyes del Mar sobrepasaban todos los rumores, y
que ni siquiera los más grandes de los vasallos de Angband podrían hacerles frente, y
entendió que no había llegado el momento de que se impusiese a los Dúnedain. Y era
taimado, hábil para salirse sutilmente con la suya, cuando la fuerza no le valía. Por tanto se
humilló ante Ar-Pharazôn y pronunció dulces palabras, y los hombres se asombraron, pues
todo cuanto decía parecía justo y sabio.
Pero Ar-Pharazôn no se dejó engañar, y se le ocurrió que para asegurarse mejor la fidelidad
de Sauron tenía que llevarlo a Númenor, y que allí viviera como rehén de sí mismo y de todos
sus sirvientes en la Tierra Media. A esto consintió Sauron como quien está obligado, pero en
secreto sintiéndose complacido, pues era en verdad lo que deseaba. Y Sauron cruzó el mar y
contempló la tierra de Númenor y la ciudad de Armenelos en sus días de gloria y quedó
perplejo, pero en lo íntimo del corazón la envidia y el odio le crecieron todavía más.
Sin embargo, tan astuto era de mente y de palabra, tan firmes sus propósitos ocultos, que
antes de que hubieran pasado tres días ya compartía con el rey designios secretos; pues tenía
siempre en la lengua palabras dulces como la miel, y conocía muchas cosas que aún no habían
sido reveladas a los Hombres. Y al advertir el trato que el rey le dispensaba todos los
consejeros empezaron a lisonjearlo, excepto uno, Amandil, Señor de Andúnië. Entonces,
lentamente un cambio sobrevino en la tierra, y en el corazón de los Amigos de los Elfos hubo
una gran perturbación, y muchos huyeron de miedo; y aunque quienes se quedaron se daban
todavía el nombre de Fieles sus enemigos los llamaron rebeldes. Porque ahora que Sauron
tenía cerca los oídos de los Hombres, contradecía con muchos argumentos todo lo que habían
enseñado los Valar; e hizo que los Hombres pensaran que en el mundo, en el este y aun
también en el oeste, había muchos mares y muchas tierras no conquistadas aún, en las que
abundaban las riquezas. Y si llegaban por fin al extremo de esas tierras, encontrarían más allá
la Antigua Oscuridad.
–Y de ella se hizo el mundo. Porque sólo la Oscuridad es digna de veneración, y el Señor
Oscuro puede hacer otros mundos todavía, como dones para aquellos que lo sirven, de modo
que el acrecentamiento de su poder no tendrá fin.
Ar-Pharazôn preguntó: –¿Quién es el Señor Oscuro?
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Entonces, tras las puertas cerradas Sauron le habló al rey, y mintió diciendo: –Es aquel
cuyo nombre no se pronuncia; porque los Valar os han engañado proponiendo el nombre de
Eru, un fantasma concebido en la locura de sus corazones con el fin de encadenar a los
Hombres y obligarlos a que los sirvan. Porque ellos mismos son el oráculo de Eru, que sólo
habla cuando ellos quieren. Pero el verdadero Señor prevalecerá, y os liberará de este
fantasma; y su nombre es Melkor, Señor de Todos, Dador de la Libertad, y él os hará más
fuertes todavía que ellos.
Entonces Ar-Pharazôn se volcó a la veneración de la Oscuridad, y de Melkor, el Señor
Oscuro, en secreto al principio, pero abiertamente y delante de todos poco después; y la
mayoría del pueblo lo siguió. No obstante, quedaba aún un resto de Fieles, como se dijo, en
Rómenna y en el país cercano, y otros había aquí y allá en la tierra. El principal de ellos, al
que acudieron en busca de conducción y coraje en los malos días, era Amandil, consejero del
rey, y también su hijo Elendil, padre de Isildur y Anárion jóvenes por entonces de acuerdo con
las cuentas de Númenor. Amandil y Elendil eran grandes capitanes de navío; y pertenecían al
linaje de Elros Tar-Minyatur, pero no a la casa regente que heredaba la corona y el trono en la
ciudad de Armenelos. En los días en que ambos eran jóvenes, Amandil le había sido caro a
Pharazôn, y aunque se contaba entre los Amigos de los Elfos, permaneció en el consejo del
rey hasta la llegada de Sauron. Entonces fue destituido, pues Sauron lo odiaba más que a
ningún otro en Númenor. Pero era tan noble y había sido un capitán de mar tan poderoso, que
todavía lo honraban muchos del pueblo, y ni el rey ni Sauron se atrevían a ponerle las manos
encima.
Por tanto Amandil se retiró a Rómenna, y a todos aquellos que parecían mantenerse fieles
los convocó junto a él en secreto; porque temía que el mal creciera ahora de prisa, y que los
Amigos de los Elfos estuviesen en peligro. Y así sucedió muy pronto. Porque el Meneltarma
estaba totalmente desierto en aquellos días; y aunque ni siquiera Sauron se atrevía a
mancillar el elevado sitio, el rey no permitía que hombre alguno, bajo pena de mu erte,
ascendiera a él, ni siquiera aquellos de entre los Fieles que aún veneraban a Ilúvatar. Y
Sauron instó al rey a que cortara el Árbol Blanco, Nimloth el Bello, que crecía en el patio de la
corte, porque estaba allí en recuerdo de los Eldar y de la Luz de Valinor."

   Y ahora si llegamos al último relato de este muy interesante libro de Tolkien. 

"DE LOS ANILLOS DEL PODER Y LA TERCERA EDAD
con lo que estos relatos llegan a su fin

Desde tiempos remotos fue Sauron el Maia, a quien los Sindar en Beleriand llamaron
Gorthaur. En el principio de Arda, Melkor lo sedujo ganándolo como aliado, y llegó a
convertirse en el más grande y el mas seguro de los servidores del Enemigo, y en el más
peligroso, porque podía asumir distintas formas, y durante mucho tiempo, si así lo quería,
podía parecer hermoso y noble, de modo que era capaz de engañar a todos, salvo a los más
precavidos.
Cuando Thangorodrim fue destruida y Morgoth vencido, Sauron se atavió otra vez con
lúcidos colores, prometió obediencia a Eönwë, el Heraldo de Manwë, y abjuró de todo el mal
que había hecho. Y dicen algunos que en un principio no lo hizo con falsedad, y que en verdad
estaba arrepentido, aunque sólo por miedo, perturbado por la caída de Morgoth y la gran
cólera de los Señores del Occidente. Pero Eönwë no tenía poder para perdonar a quienes eran
sus pares, y mandó a Sauron que volviera a Aman para ser allí juzgado por Manwë. Entonces
Sauron se avergonzó, y no quería regresar humillado, y aceptar quizá de los Valar una
sentencia de larga servidumbre, como prueba de buena fe; porque había tenido mucho poder
bajo Morgoth. Por tanto, cuando Eönwë partió, él se escondió en la Tierra Media; y recayó en
el mal, porque las ligaduras con que Morgoth lo había atado eran muy fuertes.
Durante la Gran Batalla y los tumultos de la caída de Thangorodrim hubo en la tierra fuertes
convulsiones, y Beleriand quedó quebrantada y yerma; y en el norte y en el oeste muchas
tierras se hundieron bajo las aguas del Gran Mar. En el este, en Ossiriand, los muros de Ered
Luin se quebraron, y una gran hendedura se abrió hacia el sur, y el mar penetró y formó un
golfo. Sobre ese golfo se precipitaba el río Lhûn por un nuevo curso, y por tanto se lo llamó el
Golfo de Lhûn. Tiempo atrás ese país había sido llamado Lindon por los Noldor, y este nombre
tuvo en adelante; y muchos de los Eldar vivían allí todavía, demorándose, sin deseos de
abandonar Beleriand, donde durante tanto tiempo habían luchado y trabajado. Gil-galad hijo
de Fingon, era el rey, y con él estaba Elrond el Medio Elfo, hijo de Eärendil el Marinero y
hermano de Elros, primer Rey de Númenor.
En las costas del Golfo de Lhûn los Elfos construyeron puertos, y los llamaron Mithlond; y
eran muy protegidos, y allí había muchos barcos. Desde los Puertos Grises los Eldar se hacían
de vez en cuando a la mar, huyendo de la oscuridad de los días de la Tierra; porque por gracia
de los Valar, los Primeros Nacidos aún podían seguir el Camino Recto y regresar, si así lo
querían, junto con los hermanos de Eressëa y Valinor más allá de los mares circundantes.
Otros Eldar hubo que por aquel tiempo cruzaron las montañas de Ered Luin y penetraron en
las tierras interiores. Muchos de ellos eran Teleri, sobrevivientes de Doriath y Ossiriand, y
establecieron reinos entre los Elfos de la Floresta en bosques y montañas, lejos del mar, por el
que no obstante siempre sintieron mucha nostalgia. Sólo en Eregion, que los Hombres
llamaron Hollin, tuvieron los Elfos de raza Noldorin un reino perdurable, más allá de las Ered
Luin. Eregion estaba cerca de las grandes mansiones de los Enanos, que se llamaban Khazaddûm,
pero los Elfos las llamaron Hadhodrond, y después Moria. Desde Ost-in-Edhil, la ciudad
de los Elfos, la ruta iba hacia el portal occidental de Khazad-dûm, porque hubo amistad entre
Elfos y Enanos, tal como no se conoció otra igual, para enriquecimiento de ambos pueblos. En
Eregion, los artífices de los Gwaith-i-Mírdain, el Pueblo de los Orfebres, sobrepasaban en
habilidad a todos cuantos hubiera habido, excepto a Fëanor; y en verdad el más hábil era
Celebrimbor hijo de Curufin, que se separó de su padre y se quedó en Nargothrond cuando
Celegorm y Curufin fueron expulsados, como se narra en el Quenta Silmarillion.
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En otros lugares de la Tierra Media hubo paz por muchos años; no obstante, las tierras eran
casi todas salvajes y desoladas, salvo el sitio al que llegó el pueblo de Beleriand. Numerosos
Elfos moraron allí por cierto, como habían morado durante incontables años, errando
libremente por las vastas tierras lejos del mar; pero eran Avari, que conocían los hechos de
Beleriand sólo como rumores, y Valinor sólo como un nombre distante. Y en el sur y en el este
lejano los Hombres se multiplicaron; y la mayor parte de ellos se inclinó al mal, pues Sauron
trabajaba ahora.
Al ver la desolación del mundo, Sauron se dijo que los Valar, después de haber derrocado a
Morgoth, habían olvidado otra vez la Tierra Media; y su orgullo creció de prisa. Miraba con
odio a los Eldar, y temía a los hombres de Númenor que volvían a veces en sus barcos a las
costas de la Tierra Media; pero por mucho tiempo disimuló sus pensamientos y ocultó los
oscuros designios que estaba tramando.
De todos los pueblos de la Tierra, el más fácil de gobernar le pareció el de los Hombres,
pero durante mucho tiempo trató de persuadir a los Elfos para que lo sirviesen, pues sabía
que los Primeros Nacidos eran los que tenían mayor poder; y fue de un lado a otro entre ellos,
y tenía el aspecto de alguien que es a la vez hermoso y sabio. Sólo a Lindon no fue, porque
Gil-galad y Elrond dudaban de él y de su hermoso aspecto, y aunque no sabían bien quién era,
no quisieron admitirlo en el país. Pero en otros sitios los Elfos lo recibieron de buen grado, y
pocos de entre ellos escucharon a los mensajeros que llegaban de Lindon y les aconsejaban
precaución; porque Sauron se dio a sí mismo el nombre de Annatar, el Señor de los Dones, y
ellos recibieron en un principio múltiples beneficios de su amistad. Y él les decía: –¡Ay de la
debilidad de los grandes! Porque poderoso rey es Gil-galad, y sabio en toda ciencia es el joven
Elrond, y no obstante no me ayudan en mis trabajos.
¿Es posible que no quieran ver que otras tierras sean tan benditas como las suyas? Pero
¿por qué la Tierra Media ha de seguir siendo desolada y oscura cuando los Elfos podrían
volverla tan hermosa como Eressëa, más aún, como Valinor? Y como no habéis vuelto allí,
como podríais haberlo hecho, veo que amáis a la Tierra Media como yo la amo. ¿No es pues
nuestra misión trabajar juntos para enriquecerla, y para elevar a todos los linajes élficos que
yerran aquí ignorantes a esa cima de poder y conocimiento a que han llegado los de más allá
del Mar?
Era en Eregion donde los consejos de Sauron se recibían con mayor complacencia, porque
en esa tierra los Noldor deseaban acrecentar cada vez más la ingeniosidad y la sutileza de sus
obras. Además no tenían paz en el corazón desde que se negaran a volver al Occidente, y a la
vez querían permanecer en la Tierra Media, a la que amaban en verdad, y gozar de la beatitud
de los que habían partido. Por tanto escucharon a Sauron, y aprendieron de él muchas cosas,
pues tenía grandes conocimientos. En aquellos días los herreros de Ost-in-Edhil superaron
todo cuanto habían hecho antes; y al cabo de un tiempo hicieron los Anillos del Poder. Pero
Sauron guiaba estos trabajos, y estaba enterado de todo cuanto hacían; porque lo que
deseaba era someter a los Elfos y tenerlos bajo vigilancia.
Ahora bien, los Elfos hicieron muchos anillos, pero Sauron hizo en secreto un Anillo Único,
para gobernar a todos los otros, cuyos poderes estarían atados a él, sujetos por completo a él,
y durarían mientras él durase. Y gran parte de la fuerza y la voluntad de Sauron pasó a ese
Anillo Único; porque el poder de los anillos élficos era muy grande, y el del que habría de
gobernarlos tendría por fuerza que ser aún más poderoso; y Sauron lo forjó en la Montaña de
Fuego en la Tierra de la Sombra. Y mientras llevaba el Anillo Único, era capaz de ver todo lo
que se hacía por medio de los anillos menores, y podía leer y gobernar los pensamientos
mismos de quienes los llevaban.
Pero no era tan fácil atrapar a los Elfos. No bien Sauron se puso el Anillo Único en el dedo,
se dieron cuenta; y supieron quién era, y que quería adueñarse de todos ellos y de todo
cuanto hiciesen. Entonces, con enfado y temor, se quitaron los anillos. Pero él al ver que lo
habían descubierto, y que los Elfos no habían sido engañados, sintió gran cólera, y los
enfrento exigiéndoles que le entregaran todos los anillos, pues los herreros Elfos no podrían
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haberlos forjado sin la ciencia y el consejo con que él los había asistido. Pero los Elfos huyeron
de él; así salvaron tres de los anillos, y se los llevaron, y los ocultaron.
Ahora bien, eran esos Tres los últimos que se habían hecho, y los que tenían más grande
poder. Narya, Nenya y Vilya se llamaban, los Anillos del Fuego, y del Agua, y del Aire, que
tenían engarzados un rubí y un diamante y un zafiro; y eran de todos los anillos élficos los que
Sauron más deseaba, pues quienes los poseyeran podrían evitar el deterioro y demorar la
fatiga del mundo. Pero Sauron nunca los encontró porque fueron dados a los Sabios, que los
ocultaron y nunca más se los pusieron a la luz, en tanto Sauron tuviera el Anillo Regente. De
ese modo los Tres permanecieron incólumes, pues habían sido forjados por Celebrimbor tan
sólo, y la mano de Sauron no los había tocado; no obstante también estaban sometidos al
Único.
Desde esos días siempre hubo guerra entre Sauron y los Elfos; y Eregion fue arruinada, y
Celebrimbor muerto, y las puertas de Moria se cerraron. En ese tiempo la fortaleza y refugio
de Imladris, que los Hombres llamaron Rivendel, fue encontrado por Elrond Medio Elfo, y
resistió largo tiempo. Pero Sauron recogió todos los Anillos del Poder que quedaban, y los
repartió entre los otros pueblos de la Tierra Media, con la esperanza de tener así sometidos a
todos los que desearan contar con un poder secreto, fuera de los alcances de su propia
especie. Siete anillos dio a los Enanos; pero a los Hombres les dio nueve; porque los Hombres
en esto, como en otros asuntos, demostraron ser los más dispuestos a someterse. Y todos los
anillos que Sauron gobernaba, los pervertía, con bastante facilidad pues él mismo había
contribuido a hacerlos, y estaban malditos, y traicionaron al final a todos quienes los llevaban.
Los Enanos demostraron ser firmes y nada dóciles; no soportan de buen grado el dominio de
los demás, y es difícil saber lo que en verdad piensan, y tampoco es fácil inclinarlos a las
sombras. Sólo llevaban los anillos para la adquisición de riquezas; pero la ira y una
abrumadora codicia de oro les encendió los corazones, mal del que luego Sauron obtuvo gran
beneficio. Se dice que el principio de cada uno de los Siete Tesoros de los reyes Enanos de
antaño fue un anillo de oro; pero todos esos tesoros hace ya mucho que fueron saqueados, y
los dragones los devoraron, y de los Siete Anillos algunos fueron consumidos por el fuego y
otros recuperados por Sauron.
Fue más fácil engañar a los Hombres. Los que llevaron los Nueve Anillos alcanzaron gran
poder en su época: reyes, hechiceros y guerreros de antaño. Ganaron riqueza y gloria, aunque
sólo daño resultó. Parecía que para ellos la vida no tenía término, pero se les hacía
insoportable. Podían andar, si así lo querían, sin que nadie de este mundo bajo el sol llegara a
descubrirlos, y podían ver cosas en mundos invisibles para los Hombres mortales; pero con no
poca frecuencia veían sólo los fantasmas y las ilusiones que Sauron les imponía. Y tarde o
temprano, de acuerdo con la fortaleza original de cada uno y con la buena o mala voluntad
que habían tenido desde un principio, iban cayendo bajo el dominio del anillo que llevaban, y
bajo la servidumbre del Único, que era propiedad de Sauron. Y se volvieron para siempre
Invisibles, salvo para el que llevaba el Anillo Regente, y entraron en el reino de las sombras.

Eran ellos los Nazgûl, los Espectros del Anillo, los más terribles servidores del Enemigo; la
oscuridad andaba con ellos, y clamaban con las voces de la muerte.
Ahora bien, la codicia y el orgullo de Sauron crecieron, hasta que no tuvieron límites, y
decidió convertirse en el amo de todas las cosas de la Tierra Media, y destruir a los Elfos, y
maquinar, si le era posible, el derrumbe de Númenor. No toleraba libertad ni rivalidad alguna,
y se designó a sí mismo Señor de la Tierra. Una máscara podía llevar todavía, con el fin de
engañar los ojos de los Hombres, si así lo deseaba, que lo hacía parecer sabio y hermoso. Pero
prefería dominar por la fuerza y el miedo, si se lo permitían, y los que advirtieron cómo su
sombra se extendía sobre el mundo lo llamaron el Señor Oscuro, y le dieron el nombre de
Enemigo; y Sauron dominó otra vez a todas las criaturas malignas de los días de Morgoth que
aún quedaban sobre la tierra o debajo de ella, y los Orcos le obedecían, y se multiplicaron
como moscas. Así empezaron los Años Oscuros, que los Elfos llaman los Días de la Huida. En
ese tiempo muchos Elfos de la Tierra Media huyeron a Lindon, y desde allí se fueron por el
mar para no volver más; y muchos fueron destruidos por Sauron y sus servidores. Pero en
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Lindon, Gil-galad se mantenía firme, y Sauron no se atrevía aún a cruzar las Montañas de Ered
Luin y atacar los Puertos, y Gil-galad recibía ayuda de los Númenóreanos. En todo otro sitio
reinaba Sauron, y los que querían librarse de él se refugiaban en la fortaleza de bosques y
montañas, y el miedo los perseguía de continuo. En el este y el sur Sauron dominaba a casi
todos los Hombres, que se volvieron fuertes por aquellos días y levant aron muchas ciudades y
muros de piedra, y eran numerosos y feroces en la guerra y estaban armados de hierro. Para
ellos Sauron era rey y dios; y le tenían mucho miedo, porque él ponía a su casa un cerco de
llamas.
No obstante, la arremetida de Sauron contra las tierras del oeste conoció por fin un
impedimento. Porque como se cuenta en la Akallabêth, fue desafiado por el poder de
Númenor. Tan grandes eran el poderío y el esplendor de los Númenóreanos en el mediodía del
reino, que los sirvientes de Sauron no podían resistírseles, y con la esperanza de ganar por la
astucia lo que no podía ganar por la fuerza, abandonó un tiempo la Tierra Media, y fue a
Númenor como rehén de Tar-Calion el Rey. Y allí habitó, hasta que por fin corrompió mediante
argucias los corazones de la mayor parte del pueblo, y los hizo librar una guerra contra los
Valar, y así maquinó la ruina que durante tanto tiempo había deseado. Pero esa ruina fue más
terrible de lo previsto por Sauron, porque había olvidado el poder de los Señores del Occidente
cuando montaban en cólera. El mundo fue destruido y tragada la tierra, y los mares se
alzaron, y el mismo Sauron se hundió en el abismo. Pero luego su espíritu subió y volvió
volando a la Tierra Media, como un viento negro en busca de morada. Allí descubrió que el
poder de Gil-galad había crecido en los años de ausencia, y se había extendido ahora por
vastas regiones del norte y el oeste, y llegaba más allá de las Montañas Nubladas y el Gran
Río, aun hasta los bordes del Gran Bosque Verde, y se acercaba a los sitios en los que otrora
se había sentido seguro. Entonces Sauron se retiró a la fortaleza en la Tierra Negra, y pensó
en la guerra.
En aquel tiempo los Númenóreanos que se salvaron de la destrucción huyeron hacia el este,
como se cuenta en la Akallabêth. Los principales de ellos eran Elendil el Alto y sus hijos,
Isildur y Anárion. Aunque parientes del rey, como descendientes de Elros, no quisieron
escuchar a Sauron, y se habían negado a combatir contra los Señores del Oeste. Tripulando
los barcos con todos los que se habían mantenido fieles, abandonaron la tierra de Númenor
antes de que la ganara la ruina. Eran hombres poderosos, y las naves resistentes y altas, pero
las tempestades los alcanzaron y unas montañas de agua los levantaron hasta las mismas
nubes, y descendieron sobre la Tierra Media como pájaros de tormenta.
Elendil fue arrojado por las olas a la tierra de Lindon, y tuvo la amistad de Gil-galad. Desde
allí cruzó el Río Lhûn, y más allá de Ered Luin estableció el reino, y el pueblo habitó en
distintos lugares de Eriador en torno a los cursos del Lhûn y el Baranduin; pero la ciudad
principal se encontraba en Annúminas, junto a las aguas del Lago Nenuial. En Fornost, en los
Bajos Septentrionales, también vivían los Númenóreanos, y en Cardolan, y en las colinas de
Rhudaur, y levantaron torres sobre Emyn Beraid y sobre Amon Sûl; y en esos sitios quedan
muchos montículos y obras en ruinas pero las torres de Emyn Beraid todavía miran al mar.
Isildur y Anárion fueron transportados hacia el sur, y por último navegaron río arriba por el
Gran Anduin, que fluye desde Rhovanion hacia el Mar Occidental y desemboca en la Bahía de
Belfalas, y establecieron un reino en esas tierras que se llamaron después Gondor, mientras
que el Reino Septentrional se lamó Arnor. Mucho antes, en los días de poder, los marineros
de Númenor habían establecido un puerto y fortalezas a los lados de las desembocaduras del
Anduin, a pesar de que la Tierra Negra de Sauron no estaba lejos hacia el este. En días
posteriores, sólo llegaban a ese puerto los Fieles de Númenor y por tanto muchos de los
habitantes de las costas de esa región eran parientes directos o indirectos de los Amigos de
los Elfos y del pueblo de Elendil, y dieron la bienvenida a sus hijos. La principal ciudad del
reino austral era Osgiliath, a través de la cual fluía el Río Grande; y los Númenóreanos
levantaron allí un gran puente sobre el que había torres y casas de piedra de admirable
aspecto, y altas naves venían del mar a los muelles de la ciudad. Otras fortalezas
construyeron también sobre ambas márgenes: Minas Ithil, la Torre de la Luna Naciente, al
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este, sobre un risco de las Montañas de la Sombra, como amenaza a Mordor, y hacia el oeste,
Minas Anor, la Torre del Sol Poniente, al pie del Monte Mindolluin, como escudo contra los
hombres salvajes de los valles. En Minas Ithil se alzaba la casa de Isildur, y en Minas Anor la
casa de Anárion, pero compartían entre ambos el reino, y sus tronos estaban juntos en el
Gran Recinto de Osgiliath. Esas eran las principales moradas de los Númenóreanos en Gondor,
pero otras obras maravillosas y fuertes construyeron en la tierra durante los días de poder, en
las Argonath, y en Aglarond, y en Erech; y en el círculo de Angrenost, que los Hombres
llamaron Isengard, levantaro n el Pináculo de Orthanc de piedra inquebrantable.
Muchos tesoros y reliquias de gran virtud y maravilla trajeron los Exiliados de Númenor; y
de éstos los más renombrados eran las Siete Piedras y el Árbol Blanco. El Árbol Blanco había
nacido de un fruto de Nimloth el Bello que crecía en los patios del Rey de Armenelos, en
Númenor, antes de que Sauron lo abrasara; y Nimloth a su vez descendía del Árbol de Tirion,
que parecía una imagen del Mayor de los Árboles, el Blanco Telperion, que hizo crecer
Yavanna en la tierra de los Valar. El Árbol, recuerdo de los Eldar y de la luz de Valinor, se
plantó en Minas Ithil ante la casa de Isildur, pues él había sido quien salvara el fruto de la
destrucción; pero las Piedras se dividieron.
Tres tomó Elendil, y dos cada uno de sus hijos. Las de Elendil fueron guardadas en torres
sobre Emyn Beraid, y sobre Amon Sûl y en la ciudad de Annúminas. Pero las de los hijos
estaban en Minas Ithil y Minas Anor, y en Orthanc y en Osgiliath. Ahora bien, estas piedras
tenían una virtud: quien las mirara vería en ellas la imagen de cosas distantes, fuera en el
espacio o en el tiempo. Casi siempre revelaban sólo cosas afines a otra Piedra emparentada
porque las Piedras se llamaban entre sí; pero quienes eran fuertes de voluntad y de mente
podían aprender a mirar a dónde quisieran. De este modo los Númenóreanos llegaban a
conocer muchas cosas que el Enemigo pretendía ocultar, y poco escapó a esta vigilancia
durante el tiempo en que tuvieron gran poder.
Se dice que las torres de Emyn Beraid no fueron construidas en verdad por los Exiliados de
Númenor, sino que las levantó Gil-galad para su amigo Elendil; y la Piedra Vidente de Emyn
Beraid estaba guardada en Elostirion, la más alta de las torres. Allí se recuperaba Elendil, y
desde allí solía contemplar los mares que separaban las tierras cuando lo asaltaba la nostalgia
del exilio; y se cree que de este modo a veces alcanzaba a ver la Torre de Avallónë sobre
Eressëa, donde el Maestro de la Piedra habitaba y habita todavía. Estas piedras eran un regalo
de los Eldar a Amandil, padre de Elendil, para consuelo de los Fieles de Númenor en los días
de oscuridad, cuando los Elfos no podían ir ya a esa tierra bajo la sombra de Sauron. Se
llamaban las Palantíri, las que vigilan desde lejos; pero todas las que habían sido llevadas a la
Tierra Media hacía ya mucho que estaban perdidas.
De este modo los Exiliados de Númenor establecieron sus reinos en Arnor y en Gondor; pero
antes de que hubieran transcurrido muchos años se hizo evidente que el Enemigo, Sauron,
también había regresado. Había venido en secreto, como se dijo, a su viejo reino de Mordor,
más allá de Ephel Dúath, las Montañas de la Sombra, y ese país limitaba con Gondor al este.
Allí, sobre el valle de Gorgoroth se levantó su fortaleza, vasta y resistente, Barad-dûr, la Torre
Oscura; y había una montaña llameante en esa tierra que los Elfos llamaban Orodruin. En
verdad, por esa razón Sauron había instalado allí su morada desde hacía mucho tiempo,
porque el fuego que manaba allí desde el corazón de la tierra lo utilizaba para brujerías y
forjas; y en medio de la Tierra de Mordor había hecho el Anillo Regente. Allí meditó en la
oscuridad, hasta que se hubo dado a sí mismo una forma nueva, ya que había perdido para
siempre el hermoso semblante, cuando fuera arrojado al abismo en el hundimiento de
Númenor. Tomó otra vez el Gran Anillo y se hizo más poderoso y pocos había aún entre los
grandes de los Elfos y de los Hombres que pudieran soportar la Mirada de Sauron.
Ahora bien, Sauron preparaba la guerra contra los Eldar y los Hombres de Oesternesse y
los fuegos de la Montaña despertaron otra vez. Fue así que al ver el humo de Orodruin desde
lejos y entender que Sauron había regresado, los Númenóreanos le pusieron a la Montaña un
nuevo nombre, Amon Amarth, el Monte del Destino. Y Sauron reunió una gran fuerza de
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servidores venidos del este y del sur; y entre ellos no pocos eran de la raza de Númenor.
Porque en los días de la estadía de Sauron en esa tierra, el corazón de casi todo ese pueblo se
volcó a la oscuridad. Así ocurría que muchos de los que navegaron hacia el este en ese tiempo
y levantaron fortalezas y viviendas en las costas estaban ya sometidos a la voluntad de
Sauron, y lo servían de buen grado en la Tierra Media. Pero por causa del poder de Gil-galad,
estos renegados, señores a la vez poderosos y malignos, moraron casi todos lejos al sur; dos
había, sin embargo, Herumor y Fuinur, que crecieron en poder entre los Haradrim, un pueblo
grande y cruel que habitó en las amplias tierras al sur de Mordor más allá de las
desembocaduras del Anduin.
Por lo tanto, cuando Sauron vio la oportunidad avanzó con una gran fuerza contra el nuevo
Reino de Gondor, y tomó Minas Ithil, y destruyó el Árbol Blanco de Isildur que allí crecía. Pero
Isildur escapó y llevando consigo un vástago del Árbol fue por barco río abajo, con su esposa y
sus hijos, y navegaron desde las desembocaduras del Anduin en busca de Elendil. Entretanto,
Anárion resistió en Osgiliath contra el Enemigo y lo rechazó hacia las montañas; supo que al
menos que le llegara ayuda, el reino no podría resistir mucho tiempo.
Ahora bien Elendil y Gil-galad buscaron mutuo consejo, porque percibían que Sauron se
volvería demasiado fuerte, y que vencería a todos sus enemigos uno por uno si no se unían
todos contra él. De este modo se hizo la Liga que se llamó la Última Alianza, y marcharon
hacia el este a la Tierra Media reuniendo una gran hueste de Elfos y de Hombres; e hicieron
alto por un tiempo en Imladris. Se dice que el ejército allí reunido era más gallardo y más
espléndido en armas que ningún otro visto desde entonces en la Tierra Media, y el más
numeroso desde que el ejército de los Valar avanzara sobre Thangorodrim.
Desde Imladris cruzaron los pasos de las Montañas Nubladas, y fueron río abajo por el
Anduin, y así llegaron al fin sobre las huestes de Sauron en Dagorlad, la Llanura de la Batalla,
que se extiende por delante de las puertas de la Tierra Negra. Todas las criaturas vivientes se
dividieron ese día, y algunas de la misma especie, aun bestias y aves, estaban en uno y en
otro bando; excepto los Elfos. Sólo ellos no estaban divididos y seguían a Gil-galad. De los
Enanos, pocos eran los que luchaban también en los dos bandos; pero el clan de Durin de
Moria luchaba contra Sauron.
El ejército de Gil-galad y Elendil obtuvo la victoria, porque el poder de los Elfos era grande
todavía en ese entonces, y los Númenóreanos eran fuertes y altos, y terribles en la cólera. A
Aeglos, la espada de Gil-galad, nadie podía resistirse; y la espada de Elendil estremecía de
miedo a Orcos y Hombres, porque resplandecía a la luz del sol y de la luna, y se llamaba
Narsil.
Entonces Gil-galad y Elendil entraron en Mordor y rodearon la fortaleza de Sauron; y la
sitiaron durante siete años, y sufrieron dolorosas pérdidas por el fuego, los dardos y las saetas
del Enemigo; y Sauron se resistía acosándolos. Allí, en el valle de Gorgoroth, Anárion hijo de
Elendil fue muerto, y también otros muchos. Pero por último el sitio fue tan riguroso, que el
mismo Sauron salió; y luchó con Gil-galad y Elendil, y los mató a ambos, y cuando Elendil
cayó la espada se le quebró bajo el cuerpo. Pero Sauron también fue derribado, y con la
empuñadura desprendida de Narsil, Isildur cortó el Anillo de la mano de Sauron, y lo tomó.
Entonces Sauron quedó vencido por el momento; y abandonó el cuerpo, y su espíritu huyó a
espacios distantes y se escondió en sitios baldíos; y durante largos años no volvió a tener
forma visible.
Así empezó la Tercera Edad del Mundo, después de los Días Antiguos y los Años Oscuros; y
había todavía esperanza en aquel tiempo y el recuerdo de la alegría, y el Árbol Blanco de los
Eldar floreció muchos años en los patios de los Reyes de los Hombres, porque el vástago que
había salvado, Isildur lo plantó en la ciudadela de Anor en memo ria de su hermano antes de
abandonar Gondor. Los servidores de Sauron fueron derrotados y dispersados, pero no del
todo destruidos; y aunque muchos Hombres se apartaron del mal y se convirtieron en
súbditos de los herederos de Elendil, muchos más recordaban a Sauron en sus corazones y
odiaban los reinos del Occidente. La Torre Oscura fue derrumbada, pero sus cimientos
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perduraron, y no se olvidó. Los Númenóreanos montaron guardia por cierto, junto a la tierra
de Mordor, pero nadie se atrevió a morar allí por causa del terror del recuerdo de Sauron y de
la Montaña de Fuego que se levantaba cerca de Barad-dûr; y las cenizas cubrían el valle de
Gorgoroth. Muchos de los Elfos y muchos de los Númenóreanos y de los Hombres que eran
aliados habían perecido en la Batalla y en el Sitio; y Elendil el Alto y Gil-galad el Rey Supremo
ya no existían. Nunca otra vez se reunió un ejército semejante, ni hubo alianza semejante
entre Elfos y Hombres; porque después de los días de Elendil ambos linajes se separaron.
Nadie supo más del Anillo Regente en esa época ni siquiera los Sabios; no obstante no fue
deshecho. Porque Isildur no lo cedió a Elrond ni a Círdan que estaban junto a él. Le
aconsejaron arrojarlo al fuego de Orodruin en las cercanías, donde había sido forjado, para
que pereciera y el poder de Sauron quedara disminuido por siempre, y no fuera sino una
sombra de malicia en el desierto. Pero Isildur rechazó este consejo diciendo: –Esto lo
conservaré como indemnización por la muerte de mi padre y por la de mi hermano. ¿No fui yo
el que asestó al Enemigo el golpe de muerte?– Y contemplando el Anillo que tenía en la mano
le pareció sumamente hermoso, y no toleró que se lo destruyera. Por tanto, con él volvió
primero a Minas Anor, y allí plantó el Árbol Blanco en memoria de su hermano Anárion. Pero
no tardó en partir, y después de haberle dado consejo a Meneldil, el hijo de su hermano, y
encomendarle el Reino del Sur, se llevó el Anillo para que fuera heredad de su casa, y se
marchó de Gondor hacia el norte por el camino por donde Elendil había venido; y abandonó el
Reino del Sur, porque se proponía hacerse cargo del reino de su padre en Eriador, lejos de la
sombra de la Tierra Negra.
Pero Isildur fue abrumado por una hueste de Orcos que acechaba en las Montañas
Nubladas; y sin que el lo notara, descendieron sobre el campamento entre el Bosque Verde y
el Río Grande, cerca de Loeg Ningloron, los Campos Glaudos, porque era descuidado y no
había montado guardia alguna creyendo derrotados a todos los enemigos. Allí casi todos los
suyos recibieron muerte, y entre ellos sus tres hijos mayores, Elendur, Aratan y Ciryon; pero
cuando partiera para la guerra había dejado en Imladris a su esposa y a su hijo menor,
Valandil. Isildur escapó en cambio por mediación del Anillo, porque cuando se lo ponía se
volvía invisible a todas las miradas; pero los Orcos le dieron caza por el olfato y el rastro hasta
que llegó al río y se zambulló en él. Allí el Anillo lo traicionó y vengó a su hacedor, porque se
le deslizó del dedo mientras nadaba, y se perdió en el agua. Entonces los Orcos lo vieron
mientras se esforzaba en la corriente, y le dispararon muchas flechas y ése fue el fin. Sólo tres
de los suyos volvieron por encima de las montañas después de mucho errar de un lado a otro;
y de ellos uno era Ohtar, el escudero, a cuyo cuidado había puesto Isildur los fragmentos de la
espada de Elendil.
De este modo llegó Narsil a manos de Valandil, heredero de Isildur; en Imladris; pero la
hoja estaba quebrada y su brillo se habla extinguido, y no se la volvió a forjar. Y el Señor
Elrond anunció que no se lo haría en tanto no se reencontrara el Anillo Regente y Sauron
volviera; pero la esperanza de Elfos y Hombres era que estas cosas no ocurrieran nunca.
Valandil habitó en Annúminas, pero su pueblo había disminuido, y de los Númenóreanos y
de los Hombres quedaban muy pocos como para poblar la tierra o mantener todos los lugares
que Elendil había edificado; muchos habían caído en Dargolad, y en Mordor, y en los Campos
Glaudos. Y sucedió al cabo de los días de Eärendur, el séptimo rey que siguió a Valandil, que
los Hombres del Occidente, los Dúnedain del Norte, se dividieron en mezquinos reinos y
señoríos, y sus enemigos los devoraron uno por uno. Siguieron menguando con los años,
hasta que pasó su gloria dejando tan sólo montículos verdes en la hierba. Por fin nada quedó
de ellos salvo un pueblo extraño que erraba secretamente por tierras deshabitadas, y los
demás Hombres nada sabían de donde moraban ni del propósito de esas idas y venidas, y
salvo en Imladris, en la casa de Elrond, el linaje quedó olvidado. Pero los herederos de Isildur,
durante muchas vidas de Hombres, siguieron atesorando los fragmentos de la espada; y la
línea de padre a hijo nunca se quebró.
En el sur, Gondor perduró, y durante un tiempo creció en esplendor, hasta que la riqueza y
majestad del reino hizo recordar a Númenor antes de la caída. Altas torres levantó el pueblo
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de Gondor, y fortalezas, y puertos de muchos barcos; y la Corona Alada de los Reyes de los
Hombres fue reverenciada por gentes de muchas tierras, y de muchas lenguas. Porque
durante largos años creció el Árbol Blanco ante la casa del rey en Minas Anor, descendiente de
aquel árbol qué Isildur rescatara de las profundidades del mar, de Númenor; y la simiente
anterior provenía de Avallónë, y la más anterior de Valinor, en el Día que precedió a los días,
cuando el mundo era joven.
Sin embargo, al final, con el desgaste de los rápidos años de la Tierra Media, Gondor
decayó, y el linaje de Meneldil hijo de Anárion se interrumpió. Porque la sangre de los
Númenóreanos se mezcló demasiado con la de otros hombres, y perdieron poder y sabiduría,
y tuvieron una vida más breve, y no vigilaron a Mordor como antes. Y en los días de Telemnar,
el vigesimotercero del linaje de Meneldil, una peste llegó desde el oriente en vientos oscuros,
y atacó al rey y a sus hijos, y perecieron muchos del pueblo de Gondor. Entonces los fuertes
de las fronteras de Mordor quedaron abandonados, y Minas Ithil se vació de gente; y el mal
penetró otra vez en secreto en la Tierra Negra, y las cenizas de Gorgoroth se movieron como
si soplara un viento frío, pues allí se agolpaban unas formas oscuras. Se dice que éstas eran
en verdad los Ulairi, que Sauron llamaba los Nazgûl, los Nueve Espectros del Anillo que
durante mucho tiempo habían permanecido ocultos, pero que retornaban ahora para preparar
el camino del Amo, que había empezado a crecer otra vez.
Y en días de Eärnil asestaron el primer golpe, y vinieron durante la noche de Mordor por los
pasos de las Montañas de la Sombra, y moraron en Minas Ithil; y lo convirtieron en un lugar
tan espantoso, que nadie se atrevía a mirarlo. En adelante se llamó Minas Morgul, la Torre de
la Hechicería; y Minas Morgul estaba siempre en guerra con Minas Anor, en el oeste. Entonces
Osgiliath, que con la decadencia de su gente hacía ya mucho que estaba desierta, se convirtió
en lugar de ruinas y fantasmas. Pero Minas Anor resistió, y recibió un nuevo nombre Minas
Tirith, la Torre de la Guardia; porque allí los reyes hicieron construir en la ciudadela una torre
blanca muy alta y muy hermosa, cuya mirada abarcaba muchas tierras. Era orgullosa aún y
fuerte esa ciudad, y en ella el Árbol Blanco floreció todavía un tiempo ante la casa de los
reyes; y allí el resto de los Númenóreanos aún defendía el pasaje del Río contra los Terrores
de Minas Morgul, y contra todos los Enemigos del Oeste, Orcos y monstruos, y Hombres
malvados; y de ese modo las tierras a espaldas de ellos, al oeste del Anduin, quedaron
protegidas de la guerra y la destrucción.
Al cabo de los días de Eärnur hijo de Eärnil, y último Rey de Gondor, Minas Tirith aún se
mantenía en pie. Eärnur fue quien cabalgó solo hasta las puertas de Minas Morgul para
contestar al desafío del Señor de Morgul; y se enfrentó con él en singular combate, pero fue
traicionado por los Nazgûl y llevado vivo a la ciudad del tormento, y ningún hombre lo vio otra
vez. Ahora bien, Eärnur no dejó heredero, pero cuando la línea de los reyes se extinguió, los
Mayordomos de la casa de Mardil el Fiel gobernaron la ciudad y el reino, cada vez más
menguado, y los Rohirrim, los Jinetes del Norte, llegaron y moraron en la verde tierra de
Rohan que se llamó antes Calenardhon y fue parte del Reino de Gondor, y los Rohirrim
ayudaron a los Señores de la Ciudad en la guerra. Y al norte, más allá de los Saltos del Rauros
y las Puertas de Argonath, había todavía otras defensas, poderes más antiguos de los que
poco sabían los Hombres, y que las criaturas malignas no se atrevían a molestar, mientras el
Señor Oscuro, Sauron, no volviera, madurado el momento. Y hasta que ese momento no
llegó, los Nazgûl nunca cruzaron otra vez el Río en los días de Eärnil, ni salieron de la ciudad
como Hombres visibles.
Durante todos los días de la Tercera Edad, después de la caída de Gil-galad, el Señor Elrond
vivió en Imladris, y reunió allí a muchos Elfos, y otras criaturas sabias y poderosas entre todos
los linajes de la Tierra Media, y preservó al cabo de muchas vidas de Hombres el recuerdo de
todo lo que había sido hermoso; y la casa de Elrond fue refugio para fatigados y oprimidos, y
tesoro de preciosos consejos y sabiduría. En esa casa se albergaron los Herederos de Isildur,
en la infancia y la vejez, pues estaban emparentados por la sangre con el mismo Elrond, y
también porque él sabía que a uno de su linaje le estaba asignado una parte principal en los
180
últimos hechos de esa Edad. Y en tanto ese momento no llegara, los fragmentos de la espada
de Elendil se encomendaron al cuidado de Elrond, cuando en días oscuros los Dúnedain se
convirtieron en un pueblo errante.
En Eriador, Imladris era la más importante morada de los Altos Elfos; pero en los Puertos
Grises de Lindon moraba también un resto del pueblo de Gil-galad el Rey de los Elfos. A veces
erraban por tierras de Eriador, pero la mayoría vivía cerca de las costas del mar, y construían
y cuidaban las naves élficas en que los Primeros Nacidos se hacían a la mar rumbo al más
extremo Occidente, fatigados del mundo. Círdan el Carpintero de Barcos era el Señor de los
Puertos y muy poderoso entre los Sabios.
De los Tres Anillos que los Elfos habían preservado sin mancha nada se decía por cierto
entre los Sabios, y aun pocos de los Eldar conocían el sitio en que se guardaban ocultos. No
obstante, después de la caída de Sauron, el poder de los Tres Anillos continuaba obrando, y
donde ellos estaban, estaba también la alegría, y los dolores del tiempo no mancillaban
ninguna cosa. Así ocurrió que antes de que la Tercera Edad concluyera, los Elfos advirtieron
que el Anillo de Zafiro estaba con Elrond, en el hermoso valle de Rivendel, pues sobre su casa
las estrellas del cielo eran más brillantes; mientras que el Anillo de Diamante estaba en la
Tierra de Lórien, donde vivía la Dama Galadriel. Aunque Reina de los Elfos del Bosque, y
esposa de Celeborn de Doriath, Galadriel pertenecía a los Noldor, y recordaba al Día anterior a
los días en Valinor, y era la más poderosa y la más bella de los Elfos que habían quedado en la
Tierra Media. Pero el Anillo Rojo permaneció oculto hasta el final, y nadie, salvo Elrond y
Galadriel y Círdan, sabía a quién había sido encomendado.
Fue así que en dos dominios la beatitud y la belleza de los Elfos permanecieron intactas
mientras duró esa Edad: en Imladris y en Lothlórien, la tierra escondida entre el Celebrant y el
Anduin, donde los árboles daban flores de oro, y adonde no se atrevían a entrar los Orcos y
las criaturas malignas. No obstante muchas voces de entre los Elfos predecían que si Sauron
volviera, o bien encontraría el Anillo Regente perdido, o bien sus enemigos lo descubrirían y lo
destruirían; pero en ambos casos terminaría el poder de los Tres, y todas las cosas
mantenidas por él tendrían que marchitarse: de ese modo llegaría el crepúsculo de los Elfos y
empezaría el Dominio de los Hombres.
Y así en verdad ha sucedido: el Único y los Siete y los Nueve fueron destruidos; y los Tres
desaparecieron, y con ellos terminó la Tercera Edad, y concluyen las Historias de los Eldar en
la Tierra Media. Esos fueron los Años que se Apagaban, y el invierno del último florecimiento
de los Elfos al este del Mar. En ese tiempo los Noldor andaban todavía en las Tierras de
Aquende, los más aguerridos y hermosos de entre los hijos del mundo, y los oídos mortales
todavía escuchaban lo que decían. Muchas cosas bellas y maravillosas había aún en la tierra
en aquel tiempo, y también muchas cosas malignas y horribles: Orcos, y trasgos, y dragones,
y bestias salvajes, y extrañas criaturas de los bosques, viejas y sabias, cuyos nombres se han
olvidado; los Enanos trabajaban aún en las montañas, y labraban con paciente artesanía obras
de metal y de piedra que hoy nadie puede igualar. Pero el Dominio de los Hombres se
preparaba, y todas las cosas estaban cambiando, hasta que el Señor Oscuro despertó otra vez
en el Bosque Negro.
Ahora bien, antaño el nombre del bosque era el Gran Bosque Verde, y sus amplios espacios
y senderos eran frecuentados por bestias y pájaros de espléndido canto; y allí estaba el reino
del Rey Thranduil bajo el roble y la haya. Pero al cabo de muchos años, cuando hubo
transcurrido casi un tercio de esa edad, una oscuridad invadió lentamente el bosque desde el
sur, y el miedo echó a andar por claros umbríos; las bestias salvajes cazaron allí y unas
criaturas malignas y crueles tendieron sus trampas.
Entonces el nombre del bosque cambió y se llamó Bosque Negro, pues la noche era allí
profunda, y pocos osaban atravesarlo, salvo sólo por el norte, donde el pueblo de Thranduil
aún mantenía el mal a raya. De dónde venía pocos podían decirlo, y pasó mucho tiempo antes
que los Sabios lo descubrieran. Era la sombra de Sauron y el signo de su retorno. Porque al
venir de los yermos del Este, escogió como morada el sur del bosque, y lentamente creció y
cobró forma otra vez, en una colina oscura levantó su vivienda, y allí obró su hechicería, y
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todos temieron al Hechicero de Dol Guldur, y sin embargo no sabían todavía al principio cuán
grande era el peligro.
Mientras aún las primeras sombras empezaban a invadir el Bosque Negro, en el oeste de la
Tierra Media aparecieron los Istari, a quienes los Homb res llamaron los Magos. Nadie sabía en
aquel tiempo de dónde eran, salvo Círdan de los Puertos, y sólo a Elrond y a Galadriel se les
reveló que venían de allende el Mar. Pero luego se dijo entre los Elfos que eran mensajeros
enviados por los Señores del Occidente para contrarrestar el poder de Sauron, si éste
despertaba de nuevo, y para incitar a los Elfos y a los Hombres y a todas las criaturas
vivientes de buena voluntad a que emprendiesen valerosas hazañas. Tenían aspecto de
Hombres, viejos pero vigorosos, y cambiaban poco con los años, y sólo envejecían
lentamente, aunque llevaban la carga de muchas preocupaciones; y eran de gran sabiduría y
poderosos de mente y manos. Durante mucho tiempo viajaron a lo largo y a lo ancho entre los
Elfos y los Hombres, y conversaban también con las bestias y los pájaros y los pueblos de la
Tierra Media les dieron muchos nombres, pues ellos no revelaron cómo se llamaban en
verdad. Los principales de ellos fueron los que los Elfos llamaron Mithrandir y Curunír, pero los
Hombres del Norte los llamaron Gandalf y Saruman. De éstos Curunír era el mayor y el que
llegó primero, y después de él llegaron Mithrandir y Radagast, y otros de los Istari que fueron
al este de la Tierra Media, y no están incluidos en estas historias. Radagast fue amigo de todas
las bestias y todos los pájaros pero Curunír anduvo sobre todo entre los Hombres y era sutil
de palabra, y hábil en obras de herrería. Mithrandir era quien tenía más íntimo trato con
Elrond y los Elfos. Erró muy lejos por el norte y por el oeste, y nunca en tierra alguna tuvo
morada duradera; pero Curunír viajó hacia el este, y cuando regresó vivió en Orthanc en el
Anillo de Isengard, que construyeron los Númenóreanos en los días de poder.
Siempre el más vigilante fue Mithrandir, y él era quien más sospechaba de la oscuridad del
Bosque Negro, porque aunque muchos creían que era obra de los Espectros del Anillo, él temía
en verdad que fuera el primer atisbo de la sombra de Sauron que regresaba; y marchó a Dol
Guldur, y el Hechicero huyó de él; y hubo una paz cautelosa durante un largo tiempo. Pero al
fin regresó la Sombra, creciendo en poder; y en ese tiempo se celebró por primera vez el
Concilio de los Sabios, llamado luego el Concilio Blanco, y en él estaban Elrond, y Galadriel, y
Círdan, y otros señores de los Eldar, y también Mithrandir y Curunír. Y Curunír (que era
Saruman el Blanco) fue escogido como Jefe, pues era quien más había estudiado las
estratagemas de Sauron en otros tiempos. Galadriel había deseado en verdad que Mithrandir
fuera la cabeza del Concilio, y Saruman se lo reprochó, pues su orgullo y su deseo de dominio
eran ahora grandes; pero Mithrandir rehusó el cargo, pues no quería pactos ni trabas excepto
con aquellos que lo habían enviado, y no habitaba en sitio alguno ni se sometía a
convocatorias. Y Saruman se puso a estudiar la ciencia de los Anillos del Poder, cómo habían
sido hechos, y qué les había ocurrido.
Ahora bien, la Sombra se hacía cada vez más grande, y los corazones de Elrond y
Mithrandir se oscurecieron. Por tanto, en una ocasión, Mithrandir fue de nuevo con gran
peligro a Dol Guldur y a los abismos del Hechicero, y descubrió la verdad y escapó. Y
volviendo ante Elrond, dijo:
–Ciertas, ay, son nuestras sospechas. Este no es uno de los Ulairi, como muchos lo
creyeron largo tiempo. Es el mismo Sauron que otra vez ha cobrado forma y crece ahora de
prisa; y está juntando otra vez todos los Anillos; y busca siempre noticias acerca del Único y
de los Herederos de Isildur, si viven aún sobre la tierra.
Y Elrond contestó: –En la hora en que Isildur tomó el Anillo y no quiso cederlo, se obró este
hado, que Sauron volvería.
–No obstante, el Único se perdió –dijo Mithrandir–, y mientras no se encuentre, podemos
dominar al Enemigo, si unimos nuestras fuerzas y no nos demo ramos demasiado.
Entonces se convocó el Concilio Blanco; y allí Mithrandir los instó a rápidos procederes,
pero Curunír se opuso, y aconsejó esperar y vigilar.
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–Porque no creo –dijo– que volvamos a encontrar el Único en la Tierra Media. Cayó en el
Anduin, y pienso que habrá sido arrastrado al Mar hace ya tiempo. Allí quedará hasta el fin,
cuando todo este mundo se haya roto y los abismos se vacíen.
Por tanto nada se hizo en esa ocasión, aunque había recelo en el corazón de Elrond, quien
le dijo a Mithrandir: –No obstante presagio que el Único llegará a encontrarse, y habrá guerra
otra vez, y en esa guerra esta Edad llegara a término. Concluirá, por cierto, en una segunda
oscuridad, a menos que una extraña ocasión nos libere, que mis ojos no pueden ver.
–Muchas son las extrañas ocasiones del mundo –dijo Mithrandir– y el socorro a menudo
llega de manos de los débiles, cuando los Sabios fracasan.
Ocurrió entonces que los Sabios se sintieron perturbados, pero ninguno leyó entonces en
los negros pensamientos de Curunír, ni nadie supo que era ya un traidor: pues deseaba que él
y no otro fuese quien encontrara el Anillo, y así podría ponérselo y doblegar a todo el mundo a
voluntad. Durante demasiado tiempo había estudiado los pasos de Sauron con la esperanza de
derrotarlo, y ahora le tenía más envidia como rival que odio por lo que había hecho. Y creía
que el Anillo, que pertenecía a Sauron, buscaría a su amo cuando éste reapareciese, pero si
volvían a expulsarlo, entonces el Anillo permanecería oculto. Por tanto estaba dispuesto a
jugar con el peligro y dejar tranquilo a Sauron por un tiempo, pues esperaba prevalecer
mediante artilugios, tanto sobre la gente amiga como sobre el Enemigo, cuando el Anillo
apareciera.
Montó una guardia en los Campos Glaudos, pero pronto descubrió que los sirvientes de Dol
Guldur registraban todos los caminos del Río en esa región. Entonces advirtió que también
Sauron estaba enterado de cómo había muerto Isildur, y tuvo miedo, y se retiró a Isengard y
la fortificó; y se enfrascó cada vez más profundamente en la ciencia de los Anillos del Poder y
en el arte de la forja. Pero no dijo nada de esto en el Concilio, esperando ser el primero en oír
nuevas del Anillo. Reunió a todo un ejercito de espías, y muchos de entre ellos eran pájaros;
porque Radagast no adivinó la traición de Curunír, y lo ayudó creyendo que estaban vigilando
al Enemigo.
Pero la sombra del Bosque Negro era cada día más profunda, y unas criaturas malignas
concurrieron a Dol Guldur desde todos los lugares oscuros del mundo; y se unieron
nuevamente bajo una sola voluntad, y volvieron su malicia contra los Elfos y los
sobrevivientes de Númenor. Pero al fin el Concilio fue de nuevo convocado, y se debatió
mucho la ciencia de los Anillos; pero Mithrandir le habló al Concilio diciendo:
–No es necesario que encontremos el Anillo, porque mientras permanezca en la tierra y no
se deshaga, tendrá siempre poder; y Sauron crecerá y confiará. El poder de los Elfos y de los
Amigos de los Elfos es menor ahora de lo que fue. Sauron será pronto demasiado fuerte para
nosotros, aun sin el Gran Anillo; porque gobierna los Nueve, y de los Siete ya ha recuperado
tres. Tenemos que atacar.
A esto asintió ahora Curunír, deseando que Sauron fuera arrojado de Dol Guldur, que
estaba cerca del Río, y no tuviera oportunidad de continuar la busca. Así dio por última vez
ayuda al Concilio, y las fuerzas se unieron; y atacaron Dol Guldur, y expulsaron a Sauron de
su baluarte, y durante un corto tiempo el Bosque Negro volvió a ser como antaño.
Pero el golpe que asestaron llegó demasiado tarde. Porque el Señor Oscuro lo había
previsto, y él estaba esperándolo desde hacía mucho, y los Ulairi, los Nueve Sirvientes, habían
ido delante de él para prepararle el camino. Por tanto la huida fue sólo un engaño, y Sauron
pronto volvió, y antes de que los Sabios pudieran prevenirlo, se instaló en su reino de Mordor,
y levantó una vez más las torres oscuras de Barad-dûr. Y en ese año se convocó el Concilio
Blanco una última vez, y Curunír se retiró a Isengard, y no recibió otro consejo que el suyo
propio.
Los Orcos estaban reuniéndose; y lejos al este y al sur los pueblos salvajes se armaban.
Entonces en medio del miedo creciente y los rumores de guerra, el presagio de Elrond se
cumplió, y el Anillo Único fue encontrado en verdad, en una ocasión más extraña todavía que
la prevista por Mithrandir, y permaneció oculto de Curunír y de Sauron. Porque había sido
recogido del Anduin mucho antes que ellos los buscaran; y lo había encontrado un pequeño
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pescador que vivía en una aldea junto al Río, antes de la caída de los Reyes de Gondor; y
quien lo encontró lo llevó fuera a un oscuro escondrijo bajo las raíces de las montañas, a
donde nadie podía ir a buscarlo. Allí quedó hasta que en el año del ataque a Dol Guldur fue
nuevamente encontrado por un viajero que huía perseguido por los Orcos a las profundidades
de la tierra, y pasó a un país distante, a la tierra de los Periannath, la Gente Pequeña, los
Medianos, que habitaban al oeste de Eriador. Y antes de ese día poco habían interesado a los
Elfos y a los Hombres, y en los consejos de Sauron o de los Sabios nadie excepto Mithrandir
los había tenido en cuenta.
Ahora bien, por fortuna y porque él estaba atento, Mithrandir fue el primero en tener
noticias del Anillo, antes que Sauron se enterase; no obstante, se sintió afligido e inquieto.
Porque muy grande era el poder maligno de esa cosa como para que la tuviera alguno de los
Sabios, a no ser que como Curunír deseara convertirse en un tirano y en otro señor oscuro;
pero no era posible ocultárselo por siempre a Sauron, ni deshacerlo mediante las artes de los
Elfos. De modo que con ayuda de los Dúnedain del Norte Mithrandir hizo vigilar la tierra de los
Periannath, y aguardó la ocasión oportuna. Pero Sauron tenía muchas orejas, y no tardó en oír
el rumor del Anillo Único, que deseaba por encima de todas las cosas, y envió a los Nazgûl a
que lo buscaran. Entonces estalló la guerra, y en la batalla con Sauron la Tercera Edad acabó
como había empezado.
Pero quienes vieron lo que se hizo en aquel tiempo, hazañas heroicas y asombrosas, han
contado en otro sitio la historia de la Guerra del Anillo, y cómo terminó no sólo con una
victoria imprevista, sino también con dolor, desde mucho antes presagiado. Dígase aquí que
en aquellos días el Heredero de Isildur se levantó en el Norte, y tomó los fragmentos de la
espada de Elendil, y en Imladris volvieron a forjarse; y el Heredero fue a la guerra, un gran
capitán de Hombres. Era Aragorn hijo de Arathorn, el trigesimonoveno heredero en línea
directa de Isildur, y sin embargo más semejante a Elendil que ninguno antes de él. Hubo
batalla en Rohan, y Curunír el traidor fue derribado, e Isengard quebrantada; y delante de la
Ciudad de Gondor se libró una gran contienda, y el Señor de Morgul, Capitán de Sauron, entró
allí en la oscuridad; y el Heredero de Isildur condujo al ejército del Oeste hasta las Puertas
Negras de Mordor.
En esa última batalla estaban Mithrandir, y los hijos de Elrond, y el Rey de Rohan, y los
señores de Gondor, y el Heredero de Isildur con los Dúnedain del Norte. Allí por fin
enfrentaron la muerte y la derrota, y todo valor resultó vano; porque Sauron era demasiado
fuerte. No obstante, en esa hora se puso a prueba lo que Mithrandir había dicho, y la ayuda
llegó de manos de los débiles cuando los Sabios fracasaron. Porque, como se oyó en muchos
cantos desde entonces, fueron los Periannath, la Gente Pequeña, los habitantes de las laderas
y los prados, quienes trajeron la liberación.
Porque Frodo el Mediano, se dice, portó la carga a pedido de Mithrandir, y con un solo
sirviente atravesó peligros y oscuridad, y a pesar de Sauron llego por último al Monte del
Destino; y allí arrojó el Gran Anillo de Poder al Fuego en que había sido forjado, y así por fin
fue deshecho, y el mal que tenia se consumió. Entonces cayó Sauron, y fue derrotado por
completo, y se desvaneció como una sombra de malicia; las torres de Barad-dûr se
derrumbaron en escombros, y al rumor de esta caída muchas tierras temblaron. Así llegó otra
vez la paz, y una nueva Primavera despertó en el mundo, y el Heredero de Isildur fue
coronado Rey de Gondor y de Arnor, y el poder de los Dúnedain fue acrecentado y su gloria
renovada.
En los patios de Minas Anor el Árbol Blanco floreció otra vez, pues Mithrandir encontró un
vástago en las nieves del Mindolluin, que se alzaba alto y blanco por sobre la Ciudad de
Gondor, y mientras creció allí los Días Antiguos no fueron del todo olvidados en el corazón de
los reyes.
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Ahora bien, casi todas estas cosas se lograron por el consejo y la vigilancia de Mithrandir, y en
los últimos pocos días se reveló como señor de gran veneración, y vestido de blanco cabalgó a
la batalla, pero hasta que el momento de partir llegó también para él, nadie supo que durante
mucho tiempo había guardado el Anillo Rojo del Fuego. En un principio ese Anillo había sido
confiado a Círdan, Señor de los Puertos; pero lo cedió a Mithrandir, porque sabía de dónde
venía, y a dónde retornaría.
–Toma ahora este Anillo –le dijo–, porque trabajos y cuidados te pasarán, pero él te
apoyará en todo y te defenderá de la fatiga. Porque éste es el Anillo del Fuego, y quizá con el
puedas reanimar los corazones, y procurarles el valor de antaño en un mundo que se enfría.
En cuanto a mí, mi corazón está con el Mar, y viviré junto a las costas grises guardando los
Puertos hasta que parta el último barco. Entonces te esperaré.
Blanco era ese barco, y mucho tardaron en construirlo, y mucho esperó el fin del que
Círdan había hablado. Pero cuando todas estas cosas fueron hechas, y el Heredero de Isildur
recibió el señorío de los Hombres y el dominio del Oeste, fue obvio entonces que el poder de
los Tres Anillos también había terminado, y el mundo se volvió viejo y gris para los Primeros
Nacidos. En ese tiempo los últimos Noldor se hicieron a la mar desde los Puertos y
abandonaron la Tierra Media para siempre. Y últimos de todos, los Guardianes de los Tres
Anillos partieron también, y el Señor Elrond tomó el barco que Círdan había preparado. En el
crepúsculo del otoño partió de Mithlond, hasta que los mares del Mundo curvo cayeron por
debajo de él, y los vientos del cielo redondo no lo perturbaron más, y llevado sobre los altos
aires por encima de las nieblas del mundo fue hacia el Antiguo Occidente, y el fin llegó para
los Eldar de la historia y de los cantos."

     Después de esta larga lectura pero muy interesante, les comunico que de acuerdo a mi información estamos viviendo la 5ª edad actualmente la que pronto llegará a su término, en pocas décadas más, como sabemos y hemos vivido todos, todo se rehizo una vez más, ¿será la última?....